Mujeres en la fuerza laboral

Mujeres en la fuerza laboral

Publicado el 24 de noviembre de 2011

Directora Ejecutiva Asociada
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Los logros alcanzados por la mujer puertorriqueña en términos de su educación son impresionantes.

Actualmente en Puerto Rico, la mayoría de los estudiantes universitarios son mujeres.  Incluso, entre la población de 25-44 años, aproximadamente una de cada tres mujeres tiene un grado de bachillerato o estudios postgraduados versus uno de cada cinco hombres.  Estos avances que vemos en términos de educación de la mujer se han extendido al mercado laboral. La participación laboral femenina se duplicó entre 1950 y el día de hoy, y cada vez son más mujeres quienes ocupan puestos profesionales que antes estaban dominados exclusivamente por hombres. Sin embargo, la estructura del mercado laboral y la política pública del país, no ha cambiado lo suficiente para acomodar esta realidad.

Muchos estudios demuestran que, a pesar de que las mujeres tienen un nivel de escolaridad más alto que los hombres y existen leyes anti-discriminatorias, la mujer no obtiene salarios iguales a los hombres por realizar el mismo trabajo. También, hay menos mujeres en posiciones gerenciales a pesar de estar igual o mejor capacitadas que los varones.  El discrimen y la subestimación de la capacidad de la mujer todavía obstruye su inserción exitosa en diferentes industrias y posiciones más remuneradas; pero el mayor obstáculo para el desarrollo profesional de la mujer es, indudablemente, la familia.

La estructura rígida predominante en la mayoría de los puestos de trabajo es arcaica y choca con las necesidades de las mujeres profesionales. Nuestra sociedad reconoce la importancia de tener padres responsables y comprometidos con la crianza y la educación de sus hijos.  También valora el cuido y apoyo a nuestros familiares envejecientes. Las mujeres, madres y abuelas, tradicionalmente responden por el cuidado adecuado de los niños y demás familiares.  En Puerto Rico, la mayoría de los niños nacen en hogares donde los padres no están casados, y en algunas ocasiones, el padre está totalmente ausente de la crianza de los menores. Al pasar más tiempo con los niños, se responsabiliza a la mujer por inculcar los valores para que puedan ser niños y adultos de provecho.  Sin embargo, se les penaliza cuando su rol de jefas de familia requiere mayor atención que sus deberes como empleado.

El horario laboral tradicional es largo comparado con el horario escolar que fue establecido para una sociedad agraria cuando los padres necesitaban a sus hijos temprano en la casa para trabajar la tierra. La diferencia es aún más abismal en los meses de vacaciones de verano versus los quince días al año de vacaciones que tienen los padres que trabajan a tiempo completo.  Los escasos dos meses pagos garantizados por ley de maternidad son insuficientes para proveer una transición adecuada y regresar a laborar a tiempo completo. Para muchas madres, su contribución a las finanzas del hogar es indispensable y el disponer de más tiempo para cuidar a su bebé y acostumbrarse a esta etapa tan importante y exigente no es una opción.  Las responsabilidades aumentan durante la crianza de los hijos. La enfermedad de un hijo o de un familiar trastoca la rutina y perjudica a las mujeres quienes mayormente se responsabilizan en estas situaciones.  También, los altos costos de los cuidos de niños y envejecientes, más del agotamiento físico y emocional, provocan que un gran número de mujeres profesionales dejen de trabajar—temporal o permanentemente—para atender las situaciones familiares que se les presentan. Esto resulta en la reducción de la tasa de participación laboral femenina luego de los 35 años. De esta forma, perdemos nuestros mejores activos: empleadas altamente educadas, capaces de aumentar la eficiencia y productividad y de hacer nuestras compañías y organizaciones más competitivas e innovadoras.

No cabe duda que para aprovechar nuestro capital humano hay que lograr un mejor balance entre el trabajo y el hogar.  La calidad de vida familiar se ha visto afectada con las nuevas exigencias relacionadas a la inserción femenina en el mercado laboral.  Dados los avances tecnológicos y científicos que continúan facilitando muchas de nuestras labores dentro y fuera del trabajo—lograr mayor flexibilidad no debe significar un costo adicional.  Todo lo contrario, podemos lograr un aumento en productividad e innovación si colocamos los incentivos necesarios para tener empleados saludables, satisfechos y capacitados en vez de unos cansados, descontentos e incompetentes.

Puerto Rico ha experimentado una reducción de un 25% en la tasa de natalidad del 1970 al 2010 y el último censo confirmó que se redujo la población en la última década.  Expertos han advertido que este cambio en la tasa de fecundidad, unido a patrones de migración y expectativa de vida más alta, entre otros, requerirá que nuestra reducida fuerza laboral trabaje más y atienda una población envejeciente mayor que nunca en nuestra historia.  Va a ser muy difícil aumentar la tasa de fecundidad en una sociedad que no provee los recursos para asistir a las mujeres trabajadoras.  Además, otra implicación de estos cambios, y a falta de política pública que ayude a atender esta realidad, es que continuará recayendo en las mujeres casi exclusivamente, la obligación de cuidar a sus padres y otros familiares envejecientes, además de a sus hijos y nietos.

Hay que reconocer que estos cambios demográficos no se van a revertir en un futuro cercano y se espera que en las próximas generaciones las mujeres continúen teniendo pocos hijos y trabajando fuera del hogar.  No sólo son más las mujeres quienes estudian, sino quienes también están obteniendo grados de educación más altos que los varones.  Para mantener a las mujeres en la fuerza laboral, debemos insistir en una mayor flexibilidad en el empleo, un aumento en la ayuda para el cuido de los niños y envejecientes, y la ampliación del horario y calidad escolar. El mayor recurso humano que tiene Puerto Rico son las mujeres y si no aprovechamos nuestros mejores activos vamos a continuar limitando nuestro crecimiento.

Este artículo fue publicado originalmente en El Vocero el 24 de noviembre de 2011.