Olímpico

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Publicado el 8 de septiembre de 2012

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Presidente y Fundador
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¿Qué es lo que tienen las olimpiadas que tanto nos atraen y nos llama la atención?

En parte está lo obvio:  es un desfile de juventud y de vigor que provoca en nosotros nostalgia y admiración. También está el fenómeno de la competencia, del progreso y la esperanza. De ver quién es más rápido, más fuerte, más ágil y certero. Del orgullo de la familia y la admiración de un país.

Durante los diecisiete días de los Juegos Olímpicos de Londres vivimos en vilo, pendientes de las noticias cibernéticas y las transmisiones televisivas que nos conectaban con nuestros guerreros que, al otro lado del mundo, echaban el resto a nombre nuestro. La mayor parte eran primerizos, ´rookies´ en este tipo de evento mundial; pero lejos de apagar nuestro entusiasmo, eso quizás aumentó la ilusión, la expectativa, los deseos de prevalecer y de triunfar en una tarima global.

Pero más allá de todo esto, me parece que esos diecisiete días de olimpismo escenificaron tres lecciones importantes que nos sirven para muchas otras cosas que tenemos que hacer en nuestra vida colectiva.

Primero, nos demostró la necesidad del esfuerzo y la disciplina. Era impresionante ver que muchos de los eventos duraban a penas segundos. Y que la diferencia entre ganar y perder eran milésimas de segundos. Pero esos fugaces segundos en la pista olímpica esconden largos trechos de sacrificio y anonimato. Qué revelador era escuchar las historias de sacrificio y de las largas horas de práctica de las ganadoras.  Nosotros fuimos testigos de los momentos de más éxtasis y victoria.  Pero no nos imaginamos lo que costó llegar a ese momento.  Los años de prácticas diarias; el sacrificio no tan solo en términos de régimen de alimentos y ejercicio sino también de tiempo separado de la familia y de aplazar y postergar vacaciones y disfrutes personales.

Igual, como País, debemos entender que nuestro progreso y desarrollo no llega automáticamente ni por magia de política sino por sacrificio, disciplina y trabajo.

Segundo, aprendimos que son más los que pierden que los que ganan.  Que a pesar de sacrificar, de practicar y de ser disciplinado, en la vida y en el mundo ocurren situaciones que impiden nuestro progreso. Esa es la dura realidad de la vida. Y no hay otra respuesta que no sea levantarse y seguir la carrera.

Finalmente, aprendimos que aunque aspiramos al oro, el bronce también es bueno.  En muchas ocasiones nos ponemos como única meta alcanzar ser el mejor. Y nada excepto eso nos satisface. Pero es importante saber que la vida tiene muchas vueltas y muchos matices; y ser el tercer mejor en el mundo es un logro extraordinario y merecedor de gran orgullo y admiración.

Así que aprendamos la lección de los Juegos Olímpicos de Londres y que no se quede en solo buenos deseos e ilusiones de un momento fugaz frente al televisor: apostemos al largo plazo, a nuestro potencial, nuestra inventiva, disciplina, perseverancia y capacidad para la generosidad y el trabajo. Porque al fin y al cabo, si logramos medallas en Londres, no debemos tener duda de que está en nuestras manos alcanzar un mejor futuro en otros ámbitos también.

Publicado originalmente en el diario El Nuevo Día el 22 de agosto de 2012.