La ceguera del mito migratorio

La ceguera del mito migratorio

Publicado el 7 de abril de 2013

Deepak portrait
Director de Investigación
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Recientemente, este diario publicó unas noticias de portada que revelan datos alarmantes: el éxodo boricua durante la pasada década, principalmente hacia latitudes norteñas, le ha costado al país al menos $3,000 millones. Según el análisis citado, realizado por un amigo economista, de no haberse ido tanta gente, la carga de la deuda pública por persona sería menos pesada.

Para el beneficio de los lectores menos despiertos, una de las conclusiones obligadas está plasmada en la cara del periódico: “La emigración de 576,000 puertorriqueños productivos desangra la economía del país”.

Luego de que la oficina del Censo de los Estados Unidos determinó que Puerto Rico y Michigan eran las únicas jurisdicciones que habían perdido población durante la pasada década, y a raíz de varios informes preparados por del Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, el migrante está, una vez más, en el paredón de fusilamiento de la opinión pública. A pesar de la gran cantidad de libros, ensayos, columnas, poemas y canciones que se han redactado sobre el vaivén isleño, que ilustran un cuadro complejo sobre la relación dinámica y fructífera que ha existido entre los que se van y los que se quedan, las acusaciones persisten.

El discurso denunciatorio más reciente es errado y morboso: los que nos fuimos somos cómplices del desastre, pues aún sabiendo que nuestra economía languidece, partimos sin reparos ignorando su condición y agravando su anemia.

¿Fuga de talentos?

Siguiendo esta lógica, más que un acto de poca solidaridad en estos tiempos de crisis, salirse en busca de otras oportunidades significa abonar al aprieto fiscal que enfrenta el país. A la lista de malhechores responsables, hay que añadirle a miles de expatriados productivos que se niegan a quedarse para gastar y compartir la carga. Detrás de esta perspectiva retrógrada, se esconde el espectro de “la fuga de cerebros”—una metáfora poderosa que cobró auge en los 70, gracias a las teorías de la dependencia, y ha servido para subrayar la pérdida de talento y el eventual subdesarrollo que experimentan los países que no logran retener a sus más ilustrados. Aunque esta postura analítica ha sido seriamente criticada y revisada desde los 90, tal parece que las actualizaciones han sido evadidas por varios eruditos del patio.

Ningún investigador serio negaría que la partida temporera de ciertos obreros y profesionales puede propiciar efectos socioeconómicos adversos en el corto plazo. No obstante, varios estudios confirman que estas migraciones también le abren paso a nuevas posibilidades a países que en un momento evidenciaron fugas de doctores, maestros, ingenieros y otros letrados.

En un reconocido texto titulado, The New Argonauts: Regional Advantage in a Global Economy, AnnaLee Saxenian explica cómo taiwaneses, israelíes, chinos e indios que salieron de sus países buscando oportunidades educativas y de negocios en Silicon Valley, lograron construir puentes comerciales y epistemológicos entre esa región de California y otras partes del mundo utilizando conocimientos, contactos y talento empresarial. Según relata la decana de la Escuela de Información en UC Berkeley, estos viajeros osados, o argonautas, poseen las herramientas para generar nuevas coyunturas económicas en sus países de origen pues han aprendido a generar y nutrir procesos de innovación en Silicon Valley, y saben hacer amarres con los burócratas, banqueros y profesionales de sus patrias. Claro está, no todos los que pasan por la Universidad de Stanford, Intel o Google logran abrir nuevos caminos cruzando fronteras. Convertir buenas ideas en tecnologías rentables, o transferir conocimientos que provoquen cambios medulares en nuevos escenarios son gestiones complicadas que requieren peritaje técnico y político. Hay países donde los gobiernos son alérgicos al cambio, y existen comunidades exiliadas que prefieren no mirar hacia atrás.

Algunos colegas boricuas usualmente reaccionan a este ejemplo con escepticismo: “Esto aquí no es China ni India. Esas cosas pasan allá, aquí es diferente. No puedes comparar.” En cierta medida, tienen razón. El contexto, las dinámicas migratorias, y las condiciones institucionales de Puerto Rico son muy distintas. Además, Palo Alto y San Francisco aún no se han convertido en paradas obligadas de la guagua aérea. Sin embargo, la “circulación de cerebros” no es un fenómeno ajeno a nuestra experiencia.

Argonautas puertorriqueños

En un reciente estudio inédito sobre las industria biofarmacéutica de la isla, María Victoria del Campo —estudiante doctoral de planificación y desarrollo en MIT— resalta el importante rol que juegan los ingenieros locales en la atracción y administración de plantas biotecnológicas multinacionales. Un gran número de éstos se formaron intelectualmente en el Recinto Universitario de Mayagüez, han circulado entre Puerto Rico y el extranjero en búsqueda de oportunidades educativas y nuevas experiencias profesionales, y gracias a estas movidas han desarrollado destrezas indispensables para la industria: saben transferir conocimientos y solucionar problemas difíciles.

Más importante aún, el estudio resalta cómo algunos de los profesionales que laboraron en plantas locales bajo el régimen de las 936 y también acumularon experiencias en el ámbito internacional, regresaron a la isla para comenzar o formar parte de nuevas empresas especializadas en consultoría de procesos. Estos argonautas isleños son parte de equipos de trabajo que le venden su peritaje técnico a numerosas compañías en la Isla y en otras partes del mundo. En otras palabras, regresaron de sus travesías para generar nuevos conocimientos, fomentar la creación de empleos bien remunerados, y exportar servicios. Del 2002 al 2007 estos talleres profesionales añadieron sobre 6,000 trabajadores diestros a la economía y han jugado un rol muy importante en la actualización de las aptitudes técnicas del sector manufacturero.

En un país donde el estado ha utilizado la opción migratoria para deshacerse de trabajadores excedentes, y hoy se entiende como una especie de huida traicionera, es poco probable que se puedan potenciar iniciativas que aprovechen al máximo las conexiones transnacionales que se forjan en el ir y venir. Es mucho lo que se puede hacer, pero hasta ahora el alarmismo insensato ha imperado sobre la creatividad visionaria en los debates públicos y círculos de política pública. Lamentablemente, el viejo refrán aplica: “No hay peor ciego que el que no quiere ver.”

Esta columna se publicó orginalmente en el diario El Nuevo Día el 7 de abril de 2013.