¿Educación para qué?

¿Educación para qué?

Publicado el 24 de noviembre de 2013

Sergio portrait
Director de Política Pública
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Con el Presupuesto Recomendado para el Año Fiscal 2013-2014, el gobierno de Puerto Rico le ha asignado $3,609 millones al Departamento de Educación y otros $1,546 millones a la Universidad de Puerto Rico (incluyendo asignaciones de fondos federales en ambos casos). Esos $5,155 millones equivalen aproximadamente a 7% del Producto Nacional Bruto, lo que representa una erogación monumental de recursos públicos.

Creo que es muy difícil oponerse a la magnitud de esa inversión gubernamental ya que la educación pública es una de esas áreas básicas, en conjunto con la seguridad y la salud, que los gobiernos modernos deben atender adecuadamente para lograr un nivel mínimo de bienestar social para sus ciudadanos.

Sin embargo, muy pocas veces nos preguntamos cual debe ser el propósito, el objetivo principal de todo ese gasto en la educación. Dicho de otra manera, ¿qué constituye una educación adecuada para los miembros de una polis democrática?

Esta no es una pregunta sencilla de contestar y ha sido objeto de intensos debates por lo menos desde los tiempos de los antiguos griegos. Para Sócrates, por ejemplo, el objetivo fundamental de la educación era formar buenos ciudadanos para la democracia, que tuvieran la capacidad de argumentar, discernir, y pensar críticamente sobre su vida y sobre los asuntos que afectaban a la sociedad en general. Sócrates creía que en el debate público el estatus social, la fama, o el prestigio del orador no tenían valor alguno, sólo la estructura lógica y el razonamiento eran los criterios apropiados para analizar la validez de un argumento.

Edith Hamilton, en su libro The Greek Way, nos dice que aunque las condiciones externas de la vida humana han cambiado mucho desde aquellos tiempos, las condiciones internas (lo que sucede en los corazones y las mentes de las personas) han cambiado poco, y del “único libro de lecciones del que no podemos graduarnos es del libro de lecciones de la experiencia humana.” En tiempos modernos, sin embargo, parece no haber consenso sobre la cantidad mínima de conocimiento cívico, extraída del “libro de lecciones de la experiencia humana”, que es necesaria para el funcionamiento de una sociedad democrática.

En muchos países, incluyendo a Puerto Rico, la educación se ha conceptualizado principalmente en función del desarrollo económico, el cual, a su vez, se ha equiparado—erróneamente—con el crecimiento económico. Desde esta perspectiva es suficiente con proveerle a la mayoría de la población unos conocimientos mínimos y destrezas básicas; y a otros, en realidad unos pocos, algunas destrezas más avanzadas. El pensamiento crítico, el conocimiento de la historia, y el análisis riguroso de los problemas de clase, desigualdad, género, raza, etnia, nacionalidad, y religión, entre otros, no se enfatiza.

De acuerdo con Martha Nussbaum, profesora de filosofía y derecho en la Universidad de Chicago, este es el tipo de educación pública que provee el estado de Gujarat en India, que se caracteriza por “la sofisticación tecnológica y la docilidad de sus trabajadores.” Según Nussbaum, “la libertad de pensamiento de los estudiantes es peligrosa si lo que se quiere es crear un grupo de trabajadores técnicamente competentes y obedientes para ejecutar los planes de una élite enfocada en la inversión extranjera y el desarrollo tecnológico.” Peor aún, al no enfatizar las dimensiones éticas y morales del pensamiento, se priva a los ciudadanos de las herramientas intelectuales necesarias para confrontar políticas abusivas, racistas y antidemocráticas. ¿Qué puede ser más horroroso, pregunta Nussbaum, que un grupo de ingenieros dóciles sin la capacidad intelectual para criticar la autoridad gubernamental? El camino de Atenas a Auschwitz no es muy largo.

En Puerto Rico se ha puesto de moda criticar la educación liberal en general y la enseñanza de las humanidades en especifico. El argumento es que tenemos demasiadas personas estudiando historia, literatura, y derecho—muchos desobedientes civiles en ciernes—cuando lo que necesitamos para prevalecer en la economía global son más científicos, matemáticos, e ingenieros que hagan lo que se les manda sin protestar. Obviamente, nadie se puede oponer a la enseñanza de las ciencias naturales o de la ingeniería. Lo que no podemos olvidar o descuidar es la formación ética y moral de esos futuros científicos e investigadores.

Por otro lado, debemos debatir públicamente si de verdad queremos que la educación de científicos sea la prioridad principal de nuestro sistema educativo. En nuestra opinión, el objetivo debe ser, en palabras de Meira Levinson, profesora en la Escuela Graduada de Educación de Harvard, “enseñarle a nuestros jóvenes el conocimiento y las destrezas para alterar y trastornar las relaciones de poder directamente, a través de acción cívica, publica, y política.”.

Dicho de otra manera, el objetivo primario a largo plazo de nuestro sistema educativo debe ser la creación de una sociedad verdaderamente democrática, donde los individuos y las organizaciones de la sociedad civil tengan los recursos, las herramientas, la capacidad, y la autonomía para interactuar eficazmente con el gobierno y otras instituciones; para oponerse y retar a las estructuras existentes de poder económico, político, y socio-cultural; y para reducir las desigualdades generadas por esas estructuras de poder. Además de preparar a nuestros jóvenes como ciudadanos este tipo de educación también es buena para la economía ya que fomenta el pensamiento critico y la innovación, dos destrezas sumamente importantes para el desarrollo económico. Por lo tanto necesitamos ambas, las humanidades y las ciencias.

Me parece que los que abogan a favor de la dicotomía falsa entre ambos campos del saber lo hacen, en palabras de Mario Vargas Llosa, porque “saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el miedo y el oscurantismo que lo acechan en el mundo real.” Lo hacen, porque saben que la educación nos hace inconformes, inquietos, e insumisos ante las fuerzas retrógradas y antiliberales que crecen día a día en este país.

Esta columna se publicó originalmente en el diario El Nuevo Día el 24 de noviembre de 2013.