Desastres urbanos y buenas intenciones de planificación

Desastres urbanos y buenas intenciones de planificación

Publicado el 1 de julio de 2011

Deepak portrait
Investigador
COMPARTA

Al peguntarle cómo era la vida en el Condado del Bronx, Nueva York, durante los años 70, un amigo dominicano que pasó gran parte de su juventud allí me comentó que no tenían que ir al cine para ver películas de terror, pues un paseo nocturno en carro por las calles del barrio era suficiente para alimentar el morbo y el miedo.

Sus memorias de chamaco también incluían descripciones complejas de personajes y escenas clásicas del cine de ciencia ficción y de filmes de guerra: muertos en vida, lotes baldíos humeantes, y edificios vacíos carcomidos por el tiempo y los estragos de grandes fuegos. El Bronx de aquellos tiempos servía para que la ficción pavorosa y la triste realidad del gueto se confundiesen en la imaginación de algunos.

Desde hace mucho tiempo, vengo escuchando que la razón principal detrás de la caída del Bronx fueron los incendios intencionales cometidos u orquestados por inescrupulosos dueños de edificios que veían mejores oportunidades económicas esquilmando la ciudad y compañías de seguros, que alquilando apartamentos destartalados a inquilinos pobres. En ese entonces, una horrorosa crisis fiscal atentaba contra la salud socioeconómica de la ciudad, mientras persistía la hemorragia de la clase media hacia los suburbios y el caudal de viviendas en los barrios pobres se seguía deteriorando gracias al impacto de políticas racistas que segregaban a las minorías—léase principalmente a los negros y boricuas—en vecindarios venidos a menos y desprovistos de servicios públicos. No obstante, aunque el chanchullo pirómano fue bastante popular entre los caseros más canallas, han aparecido otras teorías sobre la debacle que apuntan a más culpables: consultores, planificadores, políticos y administradores urbanos.

En un texto reciente, titulado The Fires: How a Computer Formula, Big Ideas, and the Best of Intentions Burned Down New York City-and Determined the Future of Cities, Joe Flood analiza numerosas estadísticas para explicar que los incendios intencionales fueron pocos en comparación con los fuegos convencionales que ocurrieron años antes y arrasaron numerosos vecindarios como el Sur del Bronx, East New York, y el Lower East Side. Uno de sus argumentos centrales es que gran parte de la culpa del deterioro urbano se le puede achacar a las “grandes ideas”, las “buenas intenciones” de los políticos de turno, y a las innovadoras prácticas de planificación y administración pública de entonces que se fundamentaron en el uso de modelos computadorizados y data cuantitativa para tomar decisiones cruciales, tales como la ubicación de las estaciones de bomberos.

Según se explica en The Fires, el desastre financiero que enfrentaba la ciudad obligó al entonces alcalde a realizar cortes presupuestarios que tuvieron repercusiones serias en la provisión de importantes servicios ciudadanos. Pero en vez de seguir el viejo patrón para la toma de decisiones de esa índole, que se fundamentaba en las lealtades partidistas, la politiquería barrial y el mano a mano con las masas, los ejecutivos municipales decidieron invertir millones en tecnócratas, consultores y modelos espaciales que, entre otras hazañas modernas, prometían poder predecir en qué partes de la ciudad iban a ocurrir la mayor cantidad de fuegos. Con esta información a la mano, las decisiones sobre cuáles casas de bombas había que cerrar y dónde se deberían abrir nuevas sucursales quedaban fuera del alcance de las veleidades políticas y se podían justificar como decisiones basadas en la racionalidad científica.

El uso de algoritmos y aplicaciones tecnológicas no es poco común entre los planificadores y administradores públicos de estos tiempos, pero en el Nueva York de los 60 y 70 resultaba ser algo visionario pues algunos pensaban que por primera vez se podía atajar el desorden urbano sin tener que negociar con caudillos vecinales o aceitar la maquinaria política. Aunque algo absurda, pues el “tira y jala” político y el pulseo con las comunidades son ineludibles en el manejo de una ciudad, la idea resultaba ser demasiado atractiva para aquellos que buscaban aplanar el terreno de lo político y dominar las lógicas del desarrollo utilizando soluciones técnicas.

Lejos de ser cosa del pasado, esta estrategia trasnochada está cobrando auge en Puerto Rico. Hace unos meses, se presentó en sociedad Xplorah, una aplicación tecnológica basada en modelos matemáticos y mapas digitales que, según su máximo promotor, podrá predecir los patrones de usos de terreno de aquí a 30 años. Más que una buena herramienta de análisis, el programa ha sido mercadeado como una bola de cristal posmoderna que podrá decirnos qué impactos espaciales podrá tener un aumento en el costo del petróleo o la tasa de interés, el cambio climático, la migración a Orlando, o un aumento en los fondos del PAN. No son muchos los que le han echado mano al programa, pero ya la Junta de Planificación se ha comprometido a utilizarla para, entre otras cosas, preparar el afamado Plan de Usos de Terrenos de Puerto Rico.

Los modelos estadísticos que se emplearon en Nueva York para predecir fuegos fracasaron. A pesar de haber gastado mucho dinero y usado las mejores tecnologías de la época, los tecnócratas se enfrentaron a una triste realidad: hay cosas que son muy difíciles de medir y demasiado complejas para ser encajadas en una simulación. Los deseos benevolentes de los burócratas tuvieron un costo altísimo, pues las predicciones estaban erradas, se abrieron casas de bombas en los lugares menos indicados y los más pobres vieron arder sus vecindarios. Las nuevas tecnologías son sumamente útiles en el manejo de una ciudad, pero su usufructo depende de muchos factores; quizás el más importante es reconocer los límites de su aplicación.

Algunos ven la aparición de Xplorah con buenos ojos pues ya era hora de que se hiciese algo para corregir el trapicheo y las artimañas políticas que influyen en la planificación isleña. Es cierto, la práctica actual está plagada de problemas, pero no perdamos de vista que las mejores intenciones pueden tener repercusiones nefastas. La triste historia del Bronx nos debe servir para pensar en cómo mejorar lo que hacemos sin tratar de simular un atajo.

Esta columna fue publicada originalmente en El Vocero el 1 de julio de 2011.