Vivir sin pensar

Vivir sin pensar

Publicado el 30 de marzo de 2014

Sergio portrait
Director de Política Pública
COMPARTA

“Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar”, nos dice Julio Cortázar en su cuento “Casa tomada”. Y tal vez sea cierto para algunas personas y bajo circunstancias específicas.

Václav Havel, en su ensayo ‘El poder de los sin poder’ nos presenta lo que es tal vez el caso emblemático. Havel nos relata cómo un vendedor de frutas y vegetales pone un cartel en la ventana de su tienda con el lema “¡Trabajadores del mundo, únanse!” ¿Por qué lo hace?, se pregunta Havel. El vendedor lo hace, no porque ha estudiado a Marx, o porque entiende su ideología, o porque verdaderamente cree que todos los trabajadores del mundo se deban unir. Lo hace, nos dice Havel, porque tiene miedo. El vendedor pone su cartel simplemente porque así se ha hecho por años, porque todo el mundo lo hace, y porque esa es la manera que tiene que ser. Si se rehusara a ponerlo, “podría haber problemas”.

De acuerdo con Havel, el vendedor de frutas es indiferente al contenido semántico del lema pero esto no significa que su acto no tenga una motivación específica o que carezca de un significado preciso. Lo que comunica el vendedor de frutas con su acción es que “Yo, el vendedor de frutas X vivo aquí y sé lo que tengo que hacer. Me comporto como se espera que me comporte… Soy obediente y por lo tanto tengo derecho a que me dejen en paz”. El cartel y su mensaje van dirigidos a informantes potenciales que pudieran delatarlo ante el comisario político del barrio.

Ahora bien, continua Havel, si el cartel dijera “Yo tengo miedo y, por tanto, obedezco incuestionablemente”, tal vez el vendedor de frutas lo pensaría dos veces antes de ponerlo ya que sería una afronta a su dignidad. Para evitar esta complicación, la expresión de lealtad al régimen debe tomar una forma indirecta aunque no sea verdad. Se obliga, por tanto, al vendedor a vivir sin pensar. A vivir en lo que Havel llamaba “vivir dentro de una mentira”. Si el vendedor se levantara una mañana y decidiera no poner el cartel, decir lo que verdaderamente piensa en las reuniones políticas, y ser fiel a su consciencia, su acto de rebelión constituiría, según Havel, un intento de “vivir dentro de la verdad”. La implicación es que cada uno de nosotros tiene que decidir entre vivir dentro de la mentira o dentro de la verdad. Ambas opciones existenciales conllevan consecuencias.

Y en una democracia ¿se puede vivir sin pensar? Sí, es posible. Se puede vivir sin hacer preguntas, sin cuestionar lo que hacen nuestros gobernantes, y sin “crear problemas”. Lo único que se requiere es ponerse una camiseta del color apropiado cada cuatro años y salir a votar como bovinos obtusos. Para otros un poco más sofisticados lo que se requiere es una chequera y una cuenta de banco bien abastecida. El resto del tiempo se puede vivir sin pensar, se puede vivir dentro de la mentira de que nuestros gobernantes saben lo que hacen y trabajan para el bien común.

La situación sería diferente si se le requiriera a la ciudadanía usar una camiseta azul, roja, o verde con el lema “soy un fanático político ignorante, vivo con miedo y por tanto obedezco ciegamente lo que dicen los políticos de mi partido”, o si fuera mandatorio poner un cartel en los negocios de los grandes contribuyentes a los partidos que dijera “soy un buscón corrupto y mi fortuna es producto de traqueteos turbios con el gobierno.”

El problema es que para que una democracia moderna funcione adecuadamente se necesita que los ciudadanos participen activamente en la polis. Los problemas que aquejan a una sociedad moderna son complicados y requieren un esfuerzo, aunque sea mínimo, por parte de los ciudadanos para entenderlos. Si no, el debate público se degrada inevitablemente.

Por ejemplo, el debate que se ha llevado a cabo recientemente sobre la reestructuración de la Autoridad de Energía Eléctrica. La mayoría de los ciudadanos se quejan constantemente del alto costo de la electricidad en Puerto Rico. Sin embargo, esos mismos ciudadanos no se toman el tiempo para entender las distintas propuestas para reformar la AEE. Esa negligencia cívica abre un espacio para que grupos de interés, tanto de izquierda como de derecha, dominen el debate con conceptos superficiales. De un lado se demoniza a “los grandes intereses”, los notorios “colmillus”, que nos “quieren robar el patrimonio nacional”. Del otro lado es común escuchar descripciones estereotípicas de “empleados vagos” y argumentos simplistas de cómo las hadas madrinas de la “libre competencia” y la “privatización” mágicamente resolverán todos nuestros problemas energéticos. Finalmente, tenemos a una caterva de “analistas” que se dedican a explicar en “arroz y habichuelas” temas complicados y muchas veces terminan confundiendo más a la ciudadanía.

Confrontada con esta infernal y desquiciada cacofonía de idioteces, la mayoría de la ciudadanía opta por actuar como el vendedor de frutas de Havel. Paga su factura de electricidad todos los meses sin protestar, por que así lo ha hecho por años, y porque todo el mundo lo hace. Si empezara a hacer preguntas, “podría haber problemas”. La mayoría, por tanto, prefiere vivir sin pensar o vivir dentro de la mentira creada por los partidos políticos.

Si usted de verdad quiere que se reduzca su factura de luz, tiene que activarse, educarse y pensar. No crea nada que le diga la AEE, el Gobernador, los analistas, las uniones, o las asociaciones del sector privado. Busque los proyectos de ley, las ponencias que se han presentando, y el informe legislativo, estudie el tema, analice usted mismo lo que hace sentido y abogue por ello. Escriba cartas al editor, organice a sus vecinos, llame a sus representantes y senadores, firme peticiones, asista a los foros públicos donde se discute el tema. Es decir, decida si quiere vivir dentro de la verdad o dentro de una mentira.