Una respuesta europea

Una respuesta europea

Publicado el 26 de marzo de 2025 / Read in English

COLABORADORA
Investigadora Principal, Real Instituto Elcano
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Donald Trump quiere un EEUU seguro y próspero. Estos son los intereses fundamentales de cualquier país, en esto el nuevo presidente estadounidense no se diferencia de ninguno anterior ni de ningún dirigente europeo actual. Lo que es diferente es la forma en que busca perseguir estos intereses. A Trump le importan poco los valores y su instinto político favorece el repliegue frente al compromiso exterior y el proteccionismo frente al libre comercio. En cuanto al método, prefiere las transacciones y los “tratos” a la elaboración de normas, del trabajo a través de organizaciones internacionales y de la diplomacia tradicional.

Con Trump en la Casa Blanca y su forma de interrumpir en el mundo, todo apunta a que EEUU se encuentra en lo que puede ser el replanteamiento fundamental de su política exterior desde 1945. La toma de posesión de su segunda administración puede tener el potencial de reajustar la forma en que las futuras generaciones de políticos, militares, líderes empresariales y ciudadanos estadounidenses interpreten las prioridades estratégicas del país, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Unas prioridades que apuntan a que China y el Indo Pacífico deben ser prioritarios en la estrategia de EEUU de cara al futuro – algo que no es nuevo y en el que existe un consenso en Washington – pero donde, por primera vez, los fundamentos del futuro de las relaciones de EEUU con Europa están a debate. Durante décadas EEUU invirtió en Europa recursos y reputación a una escala sin precedentes, basado en su interés nacional, su prosperidad y crecimiento económico, y Europa le está agradecida. La nueva administración sin embargo parece que está dispuesta a renunciar hoy a esta inversión y romper con sus aliados europeos.

Quizás durante demasiado tiempo los europeos han dado por sentado que el atlantismo era la piedra angular de la política exterior estadounidense, y como en un matrimonio de muchos años, lo que parecía obvio durante tanto tiempo necesita ser rearticulado de nuevo o saltar por los aires.

La administración estadounidense ha comenzado apretando las tuercas en el tema comercial. La UE es una de las regiones más abiertas al comercio y la inversión y una firme defensora de las virtudes de la interdependencia económica gestionada a través de reglas. Ante los ataques estadounidenses, la UE parece dispuesta a llegar a un acuerdo mutuamente beneficioso que él pueda vender como una victoria ante sus votantes, aunque haciéndole saber que, si aprieta demasiado a Europa, el equilibrio final de este “juego” puede terminar siendo perjudicial para sus intereses. La idea de que es mejor dejar que los costes de los aranceles estadounidenses repercutan en las empresas y los hogares estadounidenses, y esperar a que Trump sufra una reacción interna parece que se extiende. Sin embargo, lo que más le importa a Trump 2.0 es el poder. Así que cualquier respuesta europea tendrá que basarse principalmente en el poder y menos en la economía, las normas o la política interna de EEUU. Porque el comercio es solo una parte de los desafíos que ha lanzado a Europa.

Donald Trump también ha desafiado la soberanía territorial de Europa, con las amenazas con anexionar Groenlandia; su modelo digital, atacando las regulaciones tecnológicas europeos; y su sistema de partidos políticos, cortejando a fuerzas políticas europeas de la extrema derecha. Trump también está presionando a Ucrania y a sus partidarios europeos para que lleguen a un acuerdo de paz favorable a Rusia, y parece dispuesto a retirar partes significativas de los compromisos de seguridad de EEUU en el continente.

Trump busca con fuerza explotar las vulnerabilidades económicas, tecnológicas, políticas y de seguridad europeos con fines coercitivos porque cree que Europa no tiene “las cartas” ni la voluntad de jugarlas, que es el eufemismo de Trump para referirse al poder y la influencia. Pero los europeos, sí tienen cartas, pueden seguir mejorando su mano y ahora deben pensar detenidamente en cómo jugarlas.

Europa tiene la fuerza de PIB colectivo de Europa, de un potente mercado interior, y de recursos de mano de obra y tecnología que refuerzan a EEUU. Europa no será un exportador de materias primas como EEUU, pero es un intermediario indispensable, con lo que una ruptura con Europa podría dificultar mucho la venta de los recursos estadounidenses en cualquier lugar. Gracias a los europeos, la OTAN alcanza los objetivos tanto estadounidenses como europeos a un coste aceptable, sin olvidar que la geografía europea permite a los estadounidenses proyectar su poder a varios teatros clave. Además, las empresas europeas están integradas en las cadenas de suministro de defensa estadounidenses y como ejemplo, conviene recordar que una cuarta parte de los componentes del avión F-35 se fabrican en Europa.

El objetivo de los europeos frente a la nueva administración debe ser desarrollar un plan claro y realista de lo que quieren lograr en el juego transatlántico que ha iniciado Donald Trump. Deben decidir en qué ámbitos deben seguir alineados con Washington, dónde es necesario reequilibrar la relación, y dónde hay que romper con EEUU. Las respuestas, sin embargo, no son fáciles.