El reto transnacional
Publicado el 3 de junio de 2012
Investigador
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Casi cinco años después de que comenzó nuestra más reciente y profunda recesión económica, en marzo de 2011, la oficina del Censo de los Estados Unidos anunció que Puerto Rico y Michigan eran las únicas dos jurisdicciones que habían registrado una fuga poblacional entre el año 2000 y el 2010. Más sal para nuestras heridas, cortesía de la metrópoli.
La noticia tomó a pocos por sorpresa pues ya existía un caudal de anécdotas y reportajes que reseñaban la partida de boricuas hacia viejos y nuevos destinos, mayormente hacia el sur de los Estados Unidos. Casi todas las historias compartían un pie forzado: la crisis socioeconómica, el miedo a la incertidumbre y el desencanto con el desbarajuste gubernamental obligaron a la huida del terruño. Según datos del Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, entre los años 2005 y 2009 el cuadro demográfico de la isla se complicó aún más. Muchos jóvenes con varios diplomas empacaron sus maletas para salir mientras que arribaron algunas personas de mayor edad con menos educación e ingresos.
Aunque no causaron asombro, los datos han propiciado una avalancha de opiniones improvisadas y desacertadas, algunas enfocadas en predecir la suerte de una isla con un panorama desgarrador y otras que demuestran una incomodidad con los ausentes que raya en el desprecio. Las observaciones más pronunciadas entre los comentaristas apocalípticos se enfocan en “la fuga de cerebros” y cómo se agudizará la crisis actual ante la creciente salida de las mentes más productivas. Si bien parte del argumento encuentra validez entre algunos expertos del desarrollo, lo que más le preocupa a los ilustres críticos locales son las consecuencias que crea el vacío: vivir rodeados de descerebrados, en una especie de “gueto de viejos y pobres”.
En el campo de los fieles a la patria, se enfilaron los cañones hacia los que traicionaron el llamado a no abandonar el barco empantanado. Los que salieron, según reza el credo, claudicaron. Su deber era enfrentar la crisis, al Estado y a los narcomaleantes, y ante todo, no ceder a las tentaciones y falsas promesas del imperio. Bajo esta lógica, quedarse es sinónimo de compromiso. Trasladarse es dejarse engatusar y luchar desde otra latitud es lo mismo que avanzar causas ajenas que contribuyen al proceso irremediable de asimilación sociocultural y política. Para colmo, el regaño viene con un tapabocas. Criticar desde “afuera” no está permitido a menos que el análisis contenga citas directas y notas al calce. Sólo los comprometidos viven la realidad, y no son tan ingenuos como los que se informan vía Facebook y leen los periódicos on-line.
Ciertamente, hay profesionales de la salud, policías, maestros, ingenieros y otros obreros que se han ido de la isla porque consideran que los empleos y las oportunidades son escasas. También hay un buen número de migrantes acomplejados a los que les cuesta poco ser una mala copia del ugly American. Sin embargo, más allá del tufo elitista y el nacionalismo trasnochado de algunos comentaristas, en ambos bandos se evidencia un entendimiento muy limitado de los procesos migratorios y las dinámicas transnacionales que se han ido forjando por más de medio siglo.
Como nos ha explicado tantas veces el profesor Jorge Duany, Puerto Rico es una “nación en vaivén”. Lejos de ser un fenómeno unidireccional, la migración puertorriqueña ha contribuido a la creación de redes poderosas que potencian dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales entre los que se quedan y los que se van. Además, son muchos los que atraviesan la “puerta giratoria” llevándose y trayendo ideas, contactos, oportunidades de negocios y diversas formas de entender y analizar problemas. Un ejemplo interesante de esto es CienciaPR, una red internacional de científicos—con casi 6,000 miembros, mayormente vinculados con Puerto Rico—que busca abrir canales de colaboración e información, y promover la investigación y el desarrollo “del archipiélago puertorriqueño”. Igualmente, hay casos de comunidades marginadas que intercambian estrategias y modelos de resistencia transnacionalmente. Entre los vecinos de las ocho comunidades aledañas al Caño Martín Peña y los residentes del Dudley Neighborhood en Boston— muchos de ellos puertorriqueños y dominicanos de escasos recursos—se tienden lazos de colaboración y solidaridad para luchar contra el desplazamiento y se han compartido lecciones que influyeron en la creación del primer fideicomiso comunitario de tierras en la isla.
Lejos de ser desertores, muchos de los migrantes de ahora y de antaño contribuyen sustancialmente a los debates sobre el futuro desarrollo de Puerto Rico y de las comunidades donde residen. Sin embargo, y a diferencia de muchos países con grandes flujos migratorios, estos eslabonamientos se dan sin el apoyo del gobierno y la clase política de Puerto Rico. Tal parece que todavía asocian la migración con la exportación de mano de obra excedente—una supuesta válvula de escape ante el deprimente mercado laboral—o temen que las tristes historias de los nuyoricans y floriricans, quienes han vivido el discrimen y múltiples injusticias bajo el manto protector de la estadidad, acaben con los mitos y embustes que forman parte de su discurso ideológico.
A pesar de nuestra larga historia migratoria, nos falta mucho por aprender sobre las posibilidades y retos que nos presenta el tránsito transnacional. Valdría la pena examinar las pistas que nos han dejado las recientes elecciones dominicanas. Desde el 2004, los dominicanos en el exterior han tenido la oportunidad de escoger al Presidente de la República. En las pasadas elecciones, además de votar por el jefe del Estado, por primera vez tuvieron la oportunidad de seleccionar a siete representantes de ultramar. Los elegidos, en su mayoría del partido de la oposición, representarán y legislarán a favor de la diáspora en el Congreso Nacional.
Muchos dentro y fuera de la República Dominicana consideran que estas disposiciones son migajas clientelistas de un Estado manipulador que intenta embaucar a los ciudadanos en el exterior. No obstante, el hecho de que exista cierto grado de apertura hacia los migrantes en el terreno electoral dominicano nos debe servir como una invitación a pensar en lo posible, en nuestro desafío trasnacional boricua.
Este artículo fue publicado originalmente en El Nuevo Día el 3 de junio de 2012.