Aterrorizante

Aterrorizante

Publicado el 24 de octubre de 2012

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Presidente y Fundador
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Los puertorriqueños vivimos enamorados de la política. Ya es cliché decir que es el deporte nacional del país pero esa es la verdad. Por más que nos quejemos de los políticos, de sus chanchullos, de nuestros alcaldes y legisladores folclóricos y de las detestables caravanas, la triste realidad es que vivimos un intenso romance con la política que no podemos negar.

Desde niños nos crían con la política. En mi época eran Romero y Hernández Colón. Las peleas, los insultos, los chistes, los jingles. Todo eso permeaba la vida cotidiana y siempre estaba cerca y a nuestro alcance en cualquier conversación. Como si fuesen las Olimpiadas, cada cuatro años llega sin falla el drama, la comedia y la tragedia electoral. Curiosamente, la política ha engendrado hasta una industria de entretenimiento reconocida con instituciones de muchos años como Los Rayos Gamma y varios otros exponentes.

Sin embargo, seria un error gravísimo olvidar que la política es un tema serio e importante y con graves repercusiones. Nuestra seguridad, nuestra salud, la educación de nuestros niños y nuestra capacidad de trabajar y defender nuestras habichuelas depende del proceso electoral y del grupo de personas en las cuales depositemos nuestra confianza para representar nuestros mejores intereses.

En Puerto Rico hemos sido obligados por las circunstancias a tener cierto cinismo ante la política. Creamos una tolerancia a la mentira, a la corrupción y al chanchullo ¿Y por qué no? Eso es parte del juego. Lo hace todo el mundo. Es de esperar, ¿no?

Pues no. Hay que exigir transparencia, diafanidad, pureza en el proceso electoral y de campaña y que el campo de batalla sea justo y equitativo para todos los candidatos. Cuando veamos que se esta jugando con nuestras sagradas instituciones como el derecho al voto, el derecho a una prensa libre, el derecho a la expresión, tenemos que denunciarlo fogosamente. Esa es nuestra responsabilidad como ciudadanos y puertorriqueños y no nos podemos quedar callados.

No podemos olvidar que estos derechos fueran adquiridos con mucho sacrificio y algunos se pagaron hasta con la vida misma.

Más aún, cuando no se ve acción correctiva ante obvias artimañas esto erosiona la confianza del pueblo en el estado y sus instituciones y provoca un sentido de sálvese quien pueda que lesiona nuestra calidad de vida colectiva.

Es tan curioso e irónico que le dediquemos tanto tiempo y esfuerzo a exigirle a los candidatos nuevas ideas y luego a evaluar esa ideas y criticarlas. Y que construyamos complicadas organizaciones partidistas y electorales, cuando la realidad es que de nada valen las marchas, las concentraciones, los debates, los mítines, las plataformas, y ni siquiera todas las ideas del mundo si lo principal, lo más vital esta fuera de orden y no funciona.

Todos tenemos nuestros candidatos y nuestras preferencias. Pero para mí lo más importante es que la democracia funcione como Dios manda. Y lo más aterrorizante no es que mi candidato pierda, es que mi candidato gane por trampa.

Esta columna se publicó originalmente en el diario El Nuevo Día el 24 de octubre de 2012.