Luego de la transición viene la alarma

Luego de la transición viene la alarma

Publicado el 22 de enero de 2013

Deepak portrait
Director de Investigación
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Terminó el incómodo periodo de transición que sucede a la victoria de un nuevo régimen.

Casi dos meses marcados por celebraciones, revelaciones e indignaciones que rápido se traducen en promesas de cambio y, para las víctimas del viejo orden, en sed de venganza.

Ocho semanas de limbo gubernamental que son terreno fértil para el jaiba que sabe aprovecharse de la confusión para agenciarse una ventaja, un puesto protegido o lavarse bien las manos luego de haberse embarrado con gusto.

De ese sal pa’ fuera sociopolítico usualmente emanan nuevas constelaciones de poder y pactos que se caracterizan por ser pragmáticos, a veces contraintuitivos o dañinos: viejos enemigos políticos se reconcilian y algunos con sangre nueva se contagian con una fiebre partidista recalcitrante que resulta difícil de tratar. Para algunos neófitos en su cargo adentrarse en el ruedo político y convertirse en servidores públicos es un sueño hecho realidad.

Fueron nombrados o elegidos, entre otras cosas, para generar cambios positivos y evadir los errores del pasado.

Tengo unos amigos que se encuentran en esa posición. Ya me encargué de las felicitaciones de rigor y de encaminar un diálogo inconcluso sobre los retos y ventajas que enfrentan como miembros de cofradías selectas que han perdido brillo pero mantienen cierto poder.

Las conversaciones, aunque cortas, pasaron rápidamente de palmadas en las espaldas a asuntos técnicos, pues sus agendas incluyen resolver el panorama económico isleño y hacer algo para contrarrestar la falta de empleos y la terriblemente baja participación laboral en la economía formal.

Microempresas en la mira
Interesantemente, las propuestas que más les atraen a mis compañeros están relacionadas al apoyo y creación de microempresas. Tal parece que, independientemente de la tribu política, el amor al pequeño emprendedor ha crecido a tal punto que se considera como una solución viable a una gama de males.

El desgaste de la estrategia anclada en la atracción de capital foráneo, vestido de empresa 936, y la falta de evidencia clara sobre los beneficios acumulados luego de años de exenciones multimillonarias otorgadas a mano suelta, han volcado el imaginario hacia el otro extremo. Small is beautiful.

Como estrategia política, respaldar al microempresario es una movida segura y sensata. Según reza el argumento, en estos tiempos de crisis es imprescindible tenderles la mano a los más vulnerables, a aquellos cuyas ganancias se reinvierten localmente, a los que suelen contratar ciudadanos de a pie y se enfrentan diariamente a las artimañas de los grandes intereses del capitalismo salvaje. El comercio chiquito merece la atención de un sector público que tradicionalmente le ha dado todo a las megaempresas. Lo que es igual no es ventaja.

No obstante, como táctica de desarrollo económico la proposición requiere mucho refinamiento. Como nos advirtió la economista Judith Tendler, en un texto titulado “Small Firms, the Informal Sector and the Devil’s Deal”, el apoyo al pequeño empresario usualmente se enmarca dentro de una lógica asistencialista que se centra en la creación de empleos y en ofrecerle oportunidades a la mayor cantidad de entidades.

Siguiendo este patrón, se elaboran una serie de ventajas sectoriales populistas que flexibilizan los estándares ambientales, las leyes laborales, las exigencias tributarias y ciertos requisitos de calidad que terminan minando la cantidad y la calidad de los empleos en el sector. El resultado es un pacto diabólico difícil de romper: se logran unas ventajas políticas y económicas limitadas a cuestas de una mejoría sustancial en las bases institucionales de la economía. Una versión de este arreglo infernal es la que hemos practicado y perfeccionado en Puerto Rico bajo el viejo modelo de desarrollo centrado en las exenciones contributivas a las corporaciones multinacionales.

Tendler, quien por años fungió como catedrática de economía política en el departamento de planificación de MIT, argumenta que una buena estrategia pública de apoyo a las microempresas se tiene que enfocar en identificar y remover tácticamente algunos de los escollos que limitan la productividad, la eficiencia y el mercadeo de diversos conglomerados dentro del sector.

Para lograr esto, resulta imprescindible acumular información de primera mano mediante consultas a los que más saben: los dueños y trabajadores locales.

También es necesario tomar en cuenta las numerosas diferencias operacionales en un sector amplio donde, gracias a la categorización por tamaño, coexisten los carritos de tripletas, los colmados de esquina y uno que otro taller de producción artística. Las soluciones no son one size fits all.

Es muy probable que este enfoque no logre satisfacer las necesidades de todos los que quieren guisar, y que los resultados no se evidencien de la noche a la mañana, pero los beneficios podrían ser más sensatos, duraderos y expansivos.

A conceptualizar y evaluar
En fin, las claves radican en la conceptualización, el diseño y la evaluación adecuada de políticas públicas, no en la adaptación de ejercicios anacrónicos, la improvisación, o la importación de programas ready-made. Además, antes de adoptar como modelos las famosas experiencias de Porto Alegre y el Grameen Bank, que ya se han convertido en parte del libreto mainstream de desarrollo, vale la pena invertir recursos en la evaluación de esfuerzos locales exitosos que nos sirvan de ejemplo.

Mis amigos que pasaron a ser servidores públicos enfrentan retos grandísimos y poco tiempo para atenderlos.

Se prometieron miles de trabajos y reformas profundas en meses, pues la cosa está grave y para colmo los evaluadores externos siguen amolando el machete.

Seguramente, varios achichincles se encargarán de complicar el asunto metiéndoles presión, sembrando cizañas y ofreciendo prebendas: gajes del oficio político. Sin embargo, deben recordar la vieja máxima, “no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir.”

Esta columna se publicó originalmente en el diario El Nuevo Día el 20 de enero de 2013.