Las claves de la crisis

Las claves de la crisis

Publicado el 28 de julio de 2013

Deepak portrait
Director de Investigación
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La descripción más clara de cómo los residentes de Cuba viven sus días y enfrentan retos cotidianos me la ofreció un habanero amigable y conversador en el Parque Central de la Habana: “Asere, aquí lo que estamos es resolviendo”. Luego de escuchar una larga explicación sobre su trayectoria por el mercado laboral, de las numerosas maniobras que ha empleado para mantenerse a flote y de las oportunidades que ha cosechado para el futuro, entendí mejor las múltiples ramificaciones del término. “Resolviendo”, así es que se vive en una sociedad en constante mutación que experimenta retos significativos, mientras intenta trazar una ruta viable hacia un nivel de desarrollo más robusto pero equitativo.

El arte de resolver es común en muchas latitudes, especialmente en los destinos que no están en el trayecto principal del desarrollo económico y en los cinturones de pobreza donde la necesidad y desesperación son la orden del día. Buscárselas, a como dé lugar, no es una maniobra exclusivamente marxista ni una característica singular del empresario salvaje. Enfocar la mirada en el afán por descifrar soluciones, especialmente en tiempos de crisis, ofrece unas pistas para comprender cómo se manufacturan oportunidades de desarrollo aun cuando todo parece estar perdido. Entender cómo se resuelve significa andar en busca de lecciones ordinarias pero reveladoras—una tarea imprescindible para Puerto Rico.

Interesantemente, los cubanos se han dado a la tarea de perfeccionar esta destreza gracias a las múltiples crisis que han enfrentado en las pasadas décadas. La caída de la Unión Soviética en 1991, seguida por el recrudecimiento del bloqueo norteamericano, desató una de las etapas más fatídicas—bautizada como el “período especial en tiempos de paz”—que se caracterizó por carencias profundas de mercancías, el deterioro de la infraestructura y los servicios públicos, y mucho sufrimiento. La pérdida del apoyo comercial de las economías socialistas llevó a la contracción severa de la producción y al desplome de la inversión interna, mientras aumentaba persistentemente el déficit fiscal dado el interés estatal de seguir cubriendo algunas necesidades básicas.

Algunas de las odiseas comunes, como los insistentes apagones, la falta de combustible y la necesidad de recurrir al mercado negro para abastecerse de bienes, se revelaban en el cine cubano de directores como Tomás Gutiérrez Alea, con un tono irónico y humorístico pero también algo denunciatorio. Más que aprender a apretarse el cinturón, los cubanos tuvieron que reinventar sus vidas, sectores económicos y algunas reglas revolucionarias para poder sobrevivir la década “especial” de los noventa.

Una de las transformaciones más conocidas se dio en el sector agrícola, donde la falta de petróleo, de insumos y de maquinaria para labrar la tierra acabó con la producción masiva de bienes comestibles. Ante este cuadro espeluznante, se comenzó a sembrar, a una escala reducida y donde fuera posible: los techos de las casas, lotes vacíos y en tierras estatales sin uso. Más aún, con la ayuda de técnicos australianos, los cubanos aprendieron sobre permacultura y se dedicaron a la siembra orgánica a nivel comunitario. Por otro lado, se repartieron tierras estatales para la masificación de cooperativas agrícolas que, empleando prácticas ecológicas, producían para el estado y particulares. Al cabo de varios años, Cuba dejó de importar una gran cantidad de alimentos procesados y abasteció muchas necesidades alimentarias con productos sembrados en miles de huertos comunitarios que todavía se pueden divisar a la vuelta de las esquinas.

Otro ejercicio interesante, pero menos conocido, se gestó desde el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría, la casa de estudios técnicos más prestigiosa del país. Interesado en atender la creciente necesidad de viviendas —un tema complicado e irresuelto en Cuba— el Dr. Jorge Acevedo Catá elaboró un proyecto de investigación, desarrollo e implementación, durante el período especial, que tenía como norte la elaboración de materiales y la construcción de residencias seguras, duraderas, asequibles y con bajo impacto ambiental. Desde el Centro de Estudios de la Construcción y Arquitectura Tropical (Cecat), Acevedo propulsó la creación de maquinaria y técnicas de producción sencillas pero de vasto alcance. Con una mesa vibradora —potenciada con una batería de 12 voltios— moldes, micro hormigón y muchos sudor, se construyeron tejas duraderas que cubrían hoteles de lujo y casas humildes. También se elaboraron bloques, entrepisos de bovedillas, losas de ferrocemento y planos de viviendas modulares relativamente fáciles de construir. Irónicamente, los logros más significativos de las tecnologías del Cecat no se evidenciaron en Cuba sino en poblados de Tayikistán, Mozambique, República Dominicana y Ecuador, entre otros. En Bogotá y Altinópolis se establecieron fábricas municipales de materiales diseñados por el Cecat que les suplían a proyectos de interés social y a grandes desarrolladores. Para el Dr. Acevedo, el fin ulterior, además de producir albergues, era proveerles herramientas de desarrollo a los más necesitados: “Hacer cosas útiles, crear posibilidades de trabajo y ayudar a que ellos creen esas condiciones”.

Lejos de romantizar o tratar de replicar los ejemplos cubanos, en Puerto Rico necesitamos descifrar cómo convertir nuestra crisis en un laboratorio de soluciones. Seguramente existen numerosos ejemplos de instituciones e individuos que les han sacado provecho a la coyuntura actual para arriesgarse a buscar soluciones a problemas difíciles. Además de saber quiénes son, qué han resuelto y cómo lo lograron, hay que delinear estrategias para convertir esos ejercicios en lecciones de desarrollo a gran escala y que, idealmente, trasciendan nuestras costas. En otras palabras, hay que asegurarse de que la inventiva no se convierta únicamente en un instrumento de lucro personal, sino en un elemento clave en nuestro proyecto de país.

Hace décadas el economista Albert O. Hirschman habló del fenómeno de “la mano que oculta” (“hiding hand”) para enfatizar que algunas soluciones claves surgen gracias a la manifestación de retos que no se vislumbraban a simple vista, o en primera instancia. La certeza, o la soberbia, de creer que todo está fríamente calculado a veces nos impulsa a lanzarnos hacia faenas complicadas. Ya sumidos en el proyecto, no hay de otra que buscar las soluciones apropiadas cuando afloran problemas que no anticipábamos. En Puerto Rico, “la mano” ha estado obrando indiscriminadamente por varias décadas, pero ocultándonos un camino seguro hacia el desarrollo. Si estamos verdaderamente comprometidos con sacar el país a flote, tenemos que apretar esa “mano”, pulsear un rato y resolver.

Esta columna se publicó originalmente en el diario El Nuevo Día el 28 de julio de 2013.