Ni público, ni privado: Coproducido

Ni público, ni privado: Coproducido

Publicado el 31 de octubre de 2013

Deepak portrait
Director de Investigación
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En un país que ha sido una colonia española y norteamericana por más de cinco centurias, y ha servido como puerto de transbordo para un sinfín de propósitos, la hibridez no debe ser una característica foránea, o difícil de entender. La mezcolanza es parte integral de nuestra identidad isleña, y se puede identificar con facilidad en las altas esferas de la oficialidad— ¿habrá algo más híbrido que el Estado Libre Asociado?— en la cotidianidad del spanglish o en los ritmos de la salsa interpretada por rockeros. No obstante, la heterogeneidad que nos atraviesa transversalmente encuentra sus límites cuando se habla de desarrollo y se pasa inventario sobre los activos nacionales para determinar lo que es público y lo que está en manos privadas.

Detrás del pensamiento binario que intenta trazar una línea clara entre lo que debe ser del pueblo y lo que le conviene poseer al capital local y extranjero, hay un pesado bagaje histórico, social y político que se confunde con diferencias ideológicas profundas. Usualmente, los bandos en la contienda se caricaturizan como facciones aferradas a utopías diversas, que logran definir sólo dos posibles caminos: tomar la ruta de los mercados libres, guiados por la mano invisible, o seguir el trayecto hacia el poder del pueblo en defensa de los “patrimonios nacionales”. Así las cosas, cualquier intento por discutir cambios al statu quo en la administración pública del país usualmente se evalúa bajo un enfoque limitado que aviva pasiones pero mina la creatividad y ofrece pocas salidas a problemas difíciles.

Entre los teóricos del desarrollo se han desatado debates similares. Previo a los años setenta, un grupo de especialistas argumentaba que la forma más eficiente y efectiva de atender las necesidades ciudadanas era bajo grandes estructuras estatales centralizadas, coordinadas por burócratas profesionales. No obstante, aparecieron nuevos datos que cuestionaban esta posición. Según Elinor Ostrom, experta en economía política y Premio Nobel en su disciplina, varias evaluaciones y estudios de campo les ayudaron a reconocer algunos mitos que nublaban el análisis.

Primero, la idealización de la provisión gubernamental exclusiva se basaba en un entendido limitado del aparato estatal, que se pensaba como monolítico y estático. Lejos de ser un sistema cerrado, la evidencia apuntaba a que abundaban los vínculos entre agencias gubernamentales y contratistas privados. Segundo, reconocieron que los burócratas que entran en contacto con la gente, o street-level bureaucrats, no eran autómatas que ejecutaban órdenes precisas, o que simplemente seguían un libreto prefabricado. Más bien, muchos ejercían su discreción en la toma de decisiones, y a veces esto redundaba en una mejor ejecución de sus tareas. Tercero, y quizás más importante, entendieron que resultaba sumamente difícil proveer un servicio público sin la participación activa de los que recibían las prestaciones. La cooperación entre burócratas y el pueblo podía generar posibilidades para aumentar la calidad de ciertos servicios, y crear sinergias positivas entre el Estado y la sociedad. El reconocimiento de este tipo de junte, bautizado como “coproducción”, catalizó una nueva cepa de estudios y debates.

Para que quede claro, el término “coproducción” no es un eufemismo que encubre los ejercicios asociados a la privatización de servicios públicos. Tampoco es sinónimo de las sórdidas alianzas público-privadas que están de moda en estos tiempos de liquidación y crisis fiscal. Es un concepto teórico que describe la existencia de colaboraciones institucionales heterodoxas, usualmente entre grupos organizados de la sociedad civil y organismos públicos, que pueden generar mejoras a la prestación de servicios medulares. Aunque existen ejemplos en casi todos los rincones del mundo, los ejercicios de coproducción se divisan comúnmente en lugares donde la capacidad gubernamental ha decaído significativamente o no se ha desarrollado a plenitud, y donde el alcance del estado es limitado —en zonas remotas o difíciles de penetrar.

La literatura reciente reseña ejemplos de comunidades rurales en Asia y el Caribe que ayudan a construir y mantener sistemas de irrigación y acueductos. En ciudades como Karachi, dueños de pequeños negocios trabajan con la policía municipal para mejorar la seguridad pública. Asimismo, en Nigeria hay organizaciones de padres y amigos que velan por la calidad de la educación. Interesantemente, también se han registrado ejemplos exitosos de coproducción en la regulación y protección laboral de los trabajadores de fábricas en las zonas de libre comercio dominicanas. Este último ejemplo demuestra cómo la presencia de auditores laborales privados no sustituye la labor fiscalizadora de los inspectores estatales. En vez de quitarle las garras al Estado o restarle responsabilidades, muchos esquemas de coproducción fomentan la complementariedad.

Seguramente, en Puerto Rico abundan ejemplos de coproducción, dado el desgaste institucional y las carencias que ha producido la debacle económica. Valdría la pena examinar de cerca algunas de estas experiencias, pues seguramente hay pistas que nos pueden ayudar a encontrar nuevos caminos hacia la recuperación. Los terribles episodios de violencia que viven los vecinos de comunidades pobres, las carencias crasas que enfrentan las escuelas públicas del patio, y la falta de eficiencia y transparencia en las corporaciones públicas, son algunos de los problemas complejos que convendría atender bajo modelos alternativos de coproducción. Lograr un mejor engranaje entre el sector civil boricua y los funcionarios del Estado, que promueva la capacidad cívica, y aumente la habilidad del Gobierno para atender necesidades vitales, debería ser una meta clave e ineludible en Puerto Rico.

El trayecto hacia esta gran faena es empinado. Como nos recuerdan los teóricos Anuradha Joshi y Mick Moore, donde se dan esquemas de coproducción se comparte el poder, la autoridad y el control de los recursos —aunque no de forma equitativa— entre el Estado y la sociedad. Aun en las colonias más sandungueras, esta mezcolanza es problemática, difícil de roer, pues promueve la transformación de viejas estructuras de autoridad y privilegios que llevan años cuajándose. Ante el reto que enfrentamos, y dado los pocos frutos que han rendido los esquemas del pasado, abrazar nuevas manifestaciones de lo híbrido, o sumirse en la mixtura, no le viene mal a nadie.