Aprendizaje, desarrollo y capacidades locales

Aprendizaje, desarrollo y capacidades locales

Publicado el 5 de enero de 2014

Deepak portrait
Director de Investigación
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Para muchos de nosotros aprender es una tarea indispensable, pero bastante difícil de lograr. En términos generales, el aprendizaje es la acumulación y aplicación de conocimiento mediante el estudio, la experiencia o la enseñanza. Es un proceso complicado, que comúnmente se trata de reproducir para lograr resultados positivos. Pregúntenle a cualquier maestro qué tiene que hacer para lograr que sus estudiantes asimilen nuevas ideas; es un ejercicio monumental. Hoy en día, existen varias teorías que nos ayudan a descifrar cómo se asimilan los conocimientos, pero no es mucho lo que podemos decir sobre el tema cuando pensamos a gran escala: ¿Existe tal cosa como un learning society?

Interesantemente, este es un tema que ha ganado adeptos entre algunos economistas. Quizás el más reconocido es Joseph Stiglitz, quien fue galardonado con el Premio Nobel de economía en el 2001. Según algunos de sus análisis recientes, lograr que las unidades principales de un sistema económico “aprendan a aprender” es una tarea indispensable, especialmente para los países en vías de desarrollo, pues su futuro crecimiento va a depender de ello. Lograr este cometido requiere entender, de entrada, que el conocimiento es esencialmente un bien público con unas características peculiares: se puede consumir y reproducir de muchas maneras sin desgastarlo, y no se aprovecha adecuadamente cuando las fuerzas del mercado dictan el ritmo de su diseminación. Por ejemplo, cuando una empresa controla el flujo de información valiosa para generar ganancias —como la fórmula de un fármaco, unas estadísticas o un código de programación—, sólo los que pueden y están dispuestos a pagar, se benefician. Algunos empresarios alegan que cobran para recobrar lo invertido en producir esa información, pues la invención de nuevas ideas tiene un costo. Ahí precisamente está el meollo del asunto: cuando el mercado dicta indiscriminadamente cómo debe fluir el conocimiento en una economía, se minimiza la capacidad de aprendizaje y el bienestar general.

Ante las deficiencias de la mano invisible, le toca al Gobierno intervenir de forma estratégica. En el caso de los países menos desarrollados, la clave para fomentar el desarrollo está en la elaboración de buenas políticas industriales. Estas son propuestas precisas que buscan brindarle apoyo a los sectores prioritarios de la economía y coordinar la actividad productiva. Un régimen industrial bien articulado promueve el aprendizaje facilitando el intercambio de conocimientos y abriendo espacios para la experimentación e innovación. Aunque algunos gobiernos lo nieguen, especialmente los más conservadores en materia económica, todos los países tienen una. La diferencia radica, según Stiglitz, en aquellas naciones que articulan su política industrial conscientemente, y las que dejan que otros la dicten, particularmente los buscones que andan detrás de subsidios y exenciones tributarias hechas a la medida.

El término política industrial puede sonar extraño, quizás arcaico para algunos, pero esto es sólo porque las recetas neoliberales del Washington Consensus, que fueron implementadas por años y a la trágala en muchos rincones del mundo, le hicieron la señal de la cruz y se encargaron de casi eliminarlo de la jerga burocrática. Según sus doctrinas, que abogan burdamente por la desreglamentación y la privatización, cualquier intervención gubernamental que atente contra el flujo natural de los mercados lleva al fracaso económico. Bajo este credo, que lamentablemente caló hondo en muchos países latinoamericanos, los decretos gubernamentales no promueven el aprendizaje y la innovación, pues estos últimos son factores que emanan de fuerzas mayores, producto del afán por la ganancia individual. No obstante, algunos países como Corea del Sur no se tragaron el cuento, siguieron su propio rumbo y lograron delinear planes y políticas que los convirtieron en economías manufactureras de primer orden con capacidad para aprender.

En un ensayo reciente titulado, Learning and Industrial Policy: Implications for Africa, Stiglitz y su colega en Columbia University, Bruce Greenwald, ofrecen una serie de lecciones interesantes para el gran continente que también son relevantes para Puerto Rico. Según los economistas, hay varios factores macroeconómicos que son claves en la articulación de una ruta viable hacia una economía que abrace el aprendizaje, como la estabilidad. En economías enfrascadas en crisis profundas, como Puerto Rico, se gastan muchas energías manteniendo el barco a flote. En este escenario, se hace difícil tomar riesgos calculados y generar el capital necesario para invertir en actividades claves, como la investigación y el desarrollo (R&D). En otras palabras, controlar el caos es fundamental, pues cuando nuestra casa está bajo fuego no hay espacio para hacer mucho más que tratar de apagarlo.

Igualmente, hay que establecer políticas sensatas que promuevan la inversión. Bajo ciertas condiciones, la atracción de capital extranjero puede generar oportunidades para el aprendizaje. La clave radica en invitar compañías e inversiones que promuevan la transferencia de conocimientos y verdaderos efectos colaterales en la economía, como la creación de capacidades manufactureras autóctonas. Luego de más de 30 años abriéndoles paso a compañías farmacéuticas foráneas, ¿cuántas corporaciones locales que produzcan medicamentos se han fundado en Puerto Rico en base a esa experiencia? Lamentablemente, no muchas. ¿Entonces, qué aprendimos? Según Stiglitz y Greenwald, las empresas domésticas son las que generan mayores espacios para aprender y, por ende, deben gozar de preferencias sobre las foráneas a la hora de repartición de beneficios—a no ser que la entidad extranjera traiga nuevas ideas y se comprometa a fomentar su difusión.

El consejo principal para los que están al mando del sector público es sencillo: no existe una sola receta que logre dar con los resultados idóneos. Un aspecto importante de los procesos de aprendizaje es que tienen particularidades que emanan del entorno local y son producto de factores culturales y económicos específicos. De nada vale dejar que los consultores nos vendan un croquis basado en el modelo de Singapur, Indiana, Irlanda o Nueva Zelanda, pues el motor de nuestra economía tiene sus mañas y hay muchas piezas prefabricadas que no encajan. Como dice el viejo refrán: “Nadie aprende por cabeza ajena”. Descifrar cuáles son las políticas más adecuadas para transformar nuestra economía es una tarea complicada. No obstante, las mejores ideas saldrán de diálogos sinceros y debates férreos donde también se reflexione sobre lo que hemos comprendido hasta ahora, y lo que nos falta por aprender.

 

Esta columna publicó originalmente en el diario El Nuevo Día el 5 de enero de 2014.