El Diccionario de la crisis

El Diccionario de la crisis

Publicado el 25 de abril de 2014

Directora de Asuntos Públicos
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Menciónele a un argentino la palabra “corralito” y seguramente su imagen mental hará referencia a la crisis que vivió el país a principios de la década del dos mil. De hecho, el término es una de las palabras que quedaron acuñadas en la jerga popular en la Argentina para describir el ardid financiero creado a fines de 2001 por el ministro de economía Domingo Felipe Cavallo.

El propósito del corralito fue evitar la salida masiva de pesos y dólares de los bancos argentinos, provocada por las acciones repentinas de muchos que, alarmados por la crisis, decidieron retirar sus ahorros y depósitos.

“Corralito” es uno de los términos que aparece en el Diccionario de la Crisis, publicado por José Gobello, uno de los fundadores de la Academia Porteña del Lunfardo, y por el periodista Marcelo Olivieri. En este libro, los autores recopilan una serie de términos que surgieron del discurso mediático argentino en tan atribulados tiempos. Algunos de estos son: patacón, default, cacerolazo y devaluación.

Se le llamó “patacón” al “bono de valor de un peso emitido en 2001 por la provincia de Buenos Aires como dinero sustituto, para compensar la escasez de moneda corriente”. Y “cacerolazo”, a la “protesta callejera de la población contra el gobierno”. Curiosamente, el primer cacerolazo no ocurrió en Argentina sino en Chile en 1971 cuando miles de mujeres protestaron contra el gobierno de Salvador Allende. Esta forma de protesta toma su nombre debido a que las mujeres hacían ruido con cucharas y ollas vacías en alusión a la falta de productos y alimentos básicos en los colmados, y, por lo tanto, en las cacerolas. Aunque el término había sido utilizado en décadas anteriores, se popularizó con la crisis Argentina del 2001. Posteriormente, el cacerolazo ha sido adoptado por un sinnúmero de países donde se golpean dichos utensilios de cocina en son de protesta.

Hace unos años tuve la oportunidad de conversar en Buenos Aires con los autores del Diccionario de la Crisis, quienes comentaron que los comunicadores se valen de metáforas muy apropiadas para crear denominaciones fáciles de comprender. Como comentan en el prólogo del diccionario, “Palabras más, palabras menos, la crisis produce cambios en todos los órdenes y va agrandando el diccionario sin que nos demos cuenta”. Aun en el menor de los casos, la crisis da al pueblo un vocabulario que construye una representación o imagen mental común.

Por otro lado, los portugueses y los griegos también han ido desarrollando su propio lenguaje de la crisis. En Portugal, por ejemplo, el pueblo abatido por la austeridad llevaba su voz de protesta al gobierno cantando himnos revolucionarios. A esa acción se le denominó popularmente como “grandolar”. Todavía después de varios años de crisis, hasta los niños portugueses “grandolean” a sus padres a manera de protesta cuando no quieren bañarse o hacer sus asignaciones.

Los griegos, por su parte, emplean el término “poukou” para referirse a la época anterior a la crisis económica. Y en términos generales, todos los europeos utilizan la palabra “troika” para referirse a los tres organismos internacionales financieros a los que griegos y portugueses achacan sus cuitas económicas: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea.

Hasta el momento, nadie ha recopilado los términos popularizados durante la crisis en Puerto Rico. Una especie de “diccionario criollo de la crisis” sería interesante y valioso y permitiría a las futuras generaciones conocer el lenguaje común en estos tiempos de dificultad económica.

Así las cosas, hemos visto como la palabra “chatarra” ha sido incorporada a expresiones del diario vivir puertorriqueño. “Ya mismo nos vamos a chatarra”, “eso es culpa de la chatarra”, “el país está en chatarra”, “estamos viviendo el chatarrazo” son solo algunas de las expresiones que han surgido tras la degradación del crédito de la Isla.

Mientras, otros discuten si deberíamos irnos en “default” o si mejor conviene “reestructurar la deuda”. Y hay quienes han adjudicado culpa y responsabilidad de todas sus penurias económicas a los que tanto se mencionan en estos tiempos, los “bonistas”.

Tras una reflexión sobre esas palabras que ahora forman parte de nuestro vocablo cotidiano, incluimos un glosario que puede servir de punto de partida para esta experiencia lingüística.

GLOSARIO

Chatarra: Clasificación que se le da a una inversión de grado especulativo y que ya no se considera segura para el inversionista promedio.

Default: Se dice que una corporación o un país entran en default cuando dejan de pagar las deudas en el momento en que se vencen.

Reestructuración de la deuda: Medida que se persigue para mejorar los términos del repago de la deuda ya sea mediante la reducción de las tasas de interés o alargando o aplazando el vencimiento. Puede inclusive incluir una reducción del principal.

Rendimiento: La tasa de interés que se recibe dividido por el precio de compra de la inversión. Mientras más bajo es el precio, mas alto suele ser el rendimiento.

Fondos de alto riesgo: Compañías de inversión que se dedican a invertir en bonos chatarra y otros instrumentos de alto riesgo.

Bonistas: Los dueños de los bonos. Se consideran bonistas personas que tengan acciones en fondos mutuos.

Apalancamiento: Tomar prestado dinero en la casa de corretaje donde se tiene invertido el dinero para comprar instrumentos de inversión.

Casas acreditadoras: Compañías que se dedican a evaluar la historia crediticia y la capacidad de repago de entidades que toman dinero prestado.

Servicio de la deuda: La cantidad de efectivo requerida durante un periodo de tiempo dado, usualmente un año, para el pago de interés y principal de deudas que vencen durante ese periodo.

Clasificación: Evaluación formal de la capacidad de repago de un deudor. Mientras más alta la clasificación, menor es el riesgo de impago.

Emisión de bonos: Es una manera de tomar dinero prestado a largo plazo.

#Definiciones por Sergio Marxuach.

 

Esta columna se publicó originalmente el 27 de abril de 2014 en el diario El Nuevo Día.