Puerto Rico necesita cambiar su conversación sobre pobreza
Publicado el 10 de diciembre de 2014
A continuación una ponencia por Deepak Lamba-Nieves, Director de Investigaciones del CNE, compartida como reflexión final de la actividad “Voces de la pobreza”. La misma se titula “Puerto Rico necesita cambiar su conversación sobre pobreza”.
Agradezco la invitación y la oportunidad que me brindan los anfitriones del Departamento de la Familia para compartir algunas ideas y reflexiones en torno a este tema medular.
A pesar de que somos un país con altas tasas de pobreza, lamentablemente, sabemos muy poco sobre las vidas de los pobres. Ciertamente, economistas, algunos sociólogos y trabajadores sociales han elaborado investigaciones que arrojan luz sobre la prevalencia de la pobreza en Puerto Rico, pero cómo se lidia desde la pobreza, qué estrategias se emplean para vivir dignamente bajo la inseguridad económica y cuáles son las rutas que se emplean para salir de la pobreza son interrogantes que han sido desatendidas por la mayoría de los académicos locales y un número considerable de oficiales del sector público.
Como han reiterado varios expertos, incluyendo la profesora Norma Rodríguez Roldán, medir la pobreza mediante los ingresos y empleando los parámetros federales como base analítica es un ejercicio válido pero muy parcial, pues sabemos que la forma en que se contabiliza y se reporta el ingreso arroja resultados imprecisos. A su vez, las medidas que toman como base el ingreso o la capacidad de consumo no arrojan luz sobre cómo se generan esos fondos ni tampoco sobre la calidad de los bienes y servicios que se consumen. Además, los parámetros federales que determinan qué es una necesidad básica, y quiénes tienen acceso a estas, son arbitrarios. Una persona que gana un dólar sobre la línea de la pobreza federal deja de ser pobre en términos estadísticos, ¿pero realmente se puede considerar que dejó atrás a la pobreza?
No obstante, y a pesar de sus limitaciones, la línea de la pobreza federal se emplea comúnmente para describir la pobreza, elaborar políticas públicas y diseñar programas gubernamentales de beneficencia. Se trata de una estadística popular porque se basa en un cálculo relativamente simple. Sin embargo, las vidas de los pobres distan mucho de ser fáciles. La simplificación abona a una visión muy limitada de la pobreza y a una serie de ideas equivocadas. Cuántas veces hemos escuchado anécdotas trilladas y clasistas que pasan juicio sobre los patrones de consumo de las personas de escasos recursos tales como las nefastas referencias a los televisores plasma en los residenciales públicos, o a las uñas pintadas de las mujeres que pagan con la tarjeta del PAN en los supermercados. Detrás de estos comentarios hay juicios valorativos sobre lo que constituye una necesidad básica que emanan de las definiciones simplonas sobre la pobreza. La lógica es igualmente sencilla: las necesidades básicas de los pobres las define un cálculo arbitrario o un programa federal, las del resto de las personas las definimos como nos da la gana. Resulta ser irónico pues como dice el refrán “no sólo del pan vive la mujer” y tal parece que esta máxima no les aplica a los pobres.
Además de abonar a las tensiones sociales que se recrudecen en estos tiempos de crisis económica, las definiciones y análisis comunes sobre la pobreza contribuyen a la propagación de varios mitos persistentes y al uso de un vocabulario errado e irrelevante para hablar de los pobres, en el que abundan palabras como: dependencia, vagos, “cuponeros” o mantenidos.
Uno de los mitos más comunes y longevos es aquel que reza: “los pobres viven del gobierno”. Esta aseveración dista mucho de ser cierta. En primer lugar, un cálculo aritmético sencillo sirve para demostrar que este mito no se sostiene. En el año fiscal 2014, se programaron casi dos mil millones de dólares en beneficios para adjudicárselos a aproximadamente 675,000 familias bajo el PAN. Esto se traduce a ocho dólares diarios para una unidad familiar. Aún si tomamos en cuenta otras ayudas gubernamentales, lo que se recibe del estado no es suficiente para vivir, pero quizás para sobrevivir.
Estudios importantes que se han llevado a cabo en los EE. UU. demuestran que las ayudas directas del gobierno no son suficientes para atender las necesidades diarias. Casi todas las madres solteras que reciben ayudas del gobierno se ven forzadas a suplementar estas ayudas con otras fuentes de ingresos provenientes de trabajo por debajo de la mesa, fondos provistos por algún pariente, por su pareja o el padre de sus hijos. Las investigaciones apuntan al hecho de que vivir del gobierno casi nunca ha sido una posibilidad para la mayoría de las madres solteras que reciben ayudas, así que se ven obligadas a emplear diversas estrategias para subsistir bajo la pobreza.
Interesantemente, la frase “vivir del gobierno” se reserva para hablar de los pobres y se utiliza para fomentar estereotipos que se reproducen a través de términos como “dependencia” o “el mantengo”. Al parecer, recibir ayudas del gobierno es algo moralmente reprensible o negativo. Sin embargo, recibir ayudas del gobierno es una práctica muy común para aquellos que están por encima –a veces muy por encima– de la línea de la pobreza. Las deducciones que se pueden hacer en las planillas por concepto de los intereses hipotecarios, las deducciones por las cuentas IRA, los decretos contributivos especiales a individuos de altos ingresos que se cobijan bajo la Ley 22; estas disposiciones que han ayudado a fomentar el crecimiento de la clase media y el avance de algunos magnates, ¿no son ayudas del gobierno? Si sumamos y restamos, resulta que pueden ser hasta más cuantiosas que las ayudas directas a los menos pudientes. Entonces, vale la pena preguntarnos: ¿Quiénes son los que verdaderamente se benefician del gobierno?
Otro mito poderoso que se escucha comúnmente es: “La gente es pobre porque no trabaja”, o “los pobres lo que tienen que hacer es buscarse un trabajo”. Esta idea sirve para negar la existencia de nuevos perfiles de la pobreza que incluyen a los trabajadores pobres o “working poor”. En el 2005, aproximadamente 19% de las personas que trabajaban 27 semanas o más al año eran pobres. Para el 2013, el panorama no había mejorado a pesar de que se aumentó el salario mínimo en dos ocasiones desde el 2005. Desafortunadamente, tener un empleo no te garantiza una salida de la pobreza. En Puerto Rico hay sobre 70 mil personas que trabajan 40 horas o más a la semana pero siguen estando debajo de la línea de la pobreza federal.
La idea de que un trabajo te lleva inmediatamente a romper con los ciclos de la “dependencia” también ha sido cuestionada por estudios realizados en los EEUU. Las profesoras Kathryn Edin y Laura Lein examinaron los presupuestos familiares de madres solteras y se percataron que las madres que tenían un trabajo devengaban ingresos más altos de los que tenían mientras recibían ayudas, pero también registraban niveles más altos de carencias materiales y sociales. Sorprendentemente, las investigadoras encontraron que las madres solteras que tenían trabajos a salario mínimo se encontraban en una peor posición que cuando no trabajaban formalmente y recibían ayudas del gobierno. Dado nuestro complicado mercado laboral y la erosión de los movimientos sindicales en la isla, me atrevo a decir que es altamente probable que este hallazgo sea aplicable a Puerto Rico.
Esto apunta a que necesitamos cambiar la conversación en Puerto Rico. Necesitamos un giro, no solo a nivel mediático, sino también a nivel gubernamental y dentro de la academia, para que se generen nuevos debates, definiciones y soluciones para tratar de atajar la pobreza y fomentar la seguridad socioeconómica. Necesitamos transformar el discurso que les abre paso a los mitos antes descritos y que está anclado sobre argumentos que hacen eco de posturas anacrónicas basadas en argumentos culturalistas: que los pobres son pobres porque quieren serlo y que si quisieran se amarrarían bien los zapatos y salían corriendo a comerse el mundo. Esa premisa no es cierta, pues obvia toda la dimensión sistémica que contribuye al deterioro de la calidad de vida y la falta de oportunidades que les impiden a las personas de escasos recursos poder salir de la pobreza.
Por otra parte, necesitamos reconocer que hablar de eliminar o erradicar la pobreza es una falacia. Mientras existan diferencias entre clases sociales y una idea de progreso socioeconómico existirá la pobreza, pues es una categoría que sirve como la negación del progreso. Más que la eliminación de la pobreza, lo que evidenciamos constantemente es su transformación de un perfil a otro. Todavía, y luego de décadas de promesas de progreso, casi la mitad de nuestra población vive por debajo de la línea de la pobreza.
Tomando en cuenta la necesidad de entender a profundidad cómo se lidia desde la pobreza, y la falta de estrategias programáticas para transformar los patrones existentes, en el Centro para una Nueva Economía, y en colaboración con Espacios Abiertos —una organización que busca generar cambios sistémicos a través del desenvolvimiento cívico— les propusimos a la Administración de Desarrollo Socioeconómico de la Familia (ADSEF) y a la Administración de Desarrollo Laboral (ADL), la puesta en marcha de un proyecto piloto que toma como punto de partida la idea de que las reglas existentes no logran fomentar el desarrollo pleno de los beneficiarios de los programas de asistencia pública.
El objetivo principal de este ejercicio es proponer transformaciones a las reglas existentes que gobiernan algunos de estos programas y estudiar los posibles efectos de estos cambios. Lejos de querer improvisar arbitrariamente con las vidas de los menos pudientes, estamos diseñando un proyecto piloto que empleará estándares de evaluación estrictos y diversas estrategias de recopilación de datos, tales como: entrevistas, análisis etnográficos y encuestas.
El diseño preliminar del proyecto piloto se enfoca en los beneficiarios del programa TANF (Temporary Assistance for Needy Families), mayormente mujeres o madres solteras. Seguiremos una metodología de evaluación aleatoria para estudiar qué ocurre si les otorgamos un incentivo monetario sustancial y adiestramiento laboral a aquellas personas que anteriormente no estaban trabajando en el sector formal. Queremos entender a profundidad cómo los beneficiarios de los programas de asistencia pública enfrentan las reglas del sistema, qué pasa cuando una persona empieza a moverse hacia la formalidad, y qué sucede cuando en vez de penalizarla, se le incentiva mediante beneficios monetarios y no monetarios. Parte de lo que nos interesa evaluar es la trayectoria hacia la seguridad socioeconómica de los participantes del proyecto piloto.
Actualmente, estamos en conversación con ADSEF y la ADL, revisando los parámetros del proyecto piloto para llegar al mejor diseño posible. Buscamos armar un proyecto sensato y efectivo para así mover la conversación y la acción a otro nivel. Llevamos años dándole vueltas al asunto y hemos registrado pocos avances. Después de décadas de repetición sin efectividad, lo que sabemos a ciencia cierta sobre la pobreza es que no hemos hecho lo suficiente para entenderla y atajarla. Ojalá logremos romper este patrón para así poder desarrollar nuevas gestiones y soluciones.