2015: ¿Año Nuevo?

2015: ¿Año Nuevo?

Publicado el 4 de enero de 2015

Sergio portrait
Director de Política Pública
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Confieso que siempre he encontrado rara la celebración del “año nuevo”. Simplemente, la tierra habrá terminado otra vuelta alrededor del sol en un periodo de 365.2425 días. Eso de acuerdo con el calendario Gregoriano, que reemplazó por razones litúrgicas al antiguo calendario Juliano por orden del Papa Gregorio XIII, y que fue adoptado por los países Católicos en 1582 cuando Felipe II de España ordenó que el jueves 4 de octubre de 1582 fuera seguido por el viernes 5 de octubre de 1582. Vale la pena señalar, según me lo recordó una amiga historiadora, que los países protestantes y otros cristianos del rito ortodoxo no adoptaron el nuevo calendario hasta mucho después. Por ejemplo, Inglaterra no lo hizo hasta 1752, Grecia hasta 1923 y la Unión Soviética hasta 1929. Además, aun algunos países que habían adoptado el calendario Gregoriano continuaron por años celebrando el comienzo del año nuevo en fechas diferentes.

Así que, después de todo, la diferencia entre el 31 de diciembre y el 1 de enero es básicamente ninguna. Más allá del cambio de un número en el calendario, todo sigue igual: los países en guerra siguen en guerra, los enfermos siguen enfermos, los ricos siguen acumulando riquezas, los pobres siguen siendo pobres y Puerto Rico sigue estancando y quebrado moral y financieramente. Igual que el año pasado y el anterior.

Sin embargo, los seres humanos hemos insistido en imbuir con un significado especial la conclusión de un año y el comienzo de otro. Muchas personas, familias, empresas y gobiernos utilizan esta época para concluir proyectos, terminar tareas pendientes, cambiar de trabajo, o poner en marcha nuevas iniciativas.

Puede ser que ese deseo de cambio sea algo natural, ya que tiene sentido, de manera intuitiva, aprovechar el cambio de calendario como excusa para llevar a cabo cambios en nuestra vida personal y en nuestra sociedad. Ahora bien, si ese deseo de cambio, ese propósito de enmienda, no está anclado firmemente en un análisis profundo de nuestra realidad, entonces no estaríamos haciendo otra cosa que entrando en el reino del pensamiento mágico, de la alucinación, de la enajenación de la realidad.

Por eso me preocupan las expresiones recientes de ciertos miembros de la clase gobernante y empresarial del país sobre como lo que hace falta en Puerto Rico es sencillamente “una dosis de optimismo” o “darle espacio a la esperanza”, entre otras simplezas, para que todo cambie mágicamente y volvamos a “ponerle el rico a Puerto Rico” en el 2015.

Me parece que sí de verdad queremos cambiar las cosas en Puerto Rico nos hacen falta tres cosas. Primero, capacidad para reflexionar. El diccionario de la Real Academia Española define “reflexionar” como “considerar nueva o detenidamente algo.” En el caso de Puerto Rico tenemos que reflexionar detenidamente sobre cómo llegamos aquí; ¿cómo surgió esta crisis?; ¿qué lecciones podemos deducir de los triunfos y los fracasos del pasado?; ¿cuáles políticas fiscales, económicas y sociales funcionaron y cuáles no?

Segundo, necesitamos claridad de pensamiento. Santo Tomás de Aquino, antes de ponerse a escribir o dar una conferencia, rezaba una oración conocida como “Ante Studium”. En esa oración, Santo Tomás pedía la iluminación divina de los “rincones más oscuros” de su mente, además “de agudeza en el entendimiento, capacidad para recordar, facilidad en el aprendizaje, lucidez para la interpretación, y elocuencia al hablar”. Esa claridad de pensamiento es la que nos hace falta en Puerto Rico y no el discurso trillado, reducido a estribillos como “no hay otra alternativa”, “que paguen los ricos”, o “ni un impuesto más”, clichés que podrán sonar bien en una entrevista de radio o de televisión pero que no son más que un refugio cómodo para evitar el pesado trabajo intelectual que tenemos por delante.

Necesitamos pensar claramente sobre los cambios que tenemos que ejecutar. ¿Qué instituciones y organizaciones hay que reformar para diseñar una política económica racional en Puerto Rico? ¿Qué arreglos institucionales innovadores son posibles dadas las limitaciones políticas a las que nos enfrentamos? ¿Cuáles sectores económicos generan la mayor cantidad de conocimiento que podemos utilizar para movernos hacia la producción de bienes y servicios más complejos? ¿Qué política económica fomentaría esas actividades?

Finalmente, nos hace falta valentía moral para, como decía Vaclav Havel, dejar de vivir dentro de una mentira y vivir dentro de la verdad. Eso significa actuar cuando sea necesario actuar, hablar cuando haya que hablar y exigir cuando haya que exigir. No saben cuantas veces se nos acerca alguien al Centro para una Nueva Economía y nos dice ¿por qué ustedes no dicen esto o lo otro? Y mi respuesta usualmente es ¿y por qué usted no se atreve?

En Puerto Rico vivimos con una gran cobardía intelectual, con un profundo miedo existencial a hacer preguntas, a cuestionar lo que hacen nuestros gobernantes, y a dar la impresión de que estamos “creando problemas” a los poderes que son. Sí, en Puerto Rico hace falta más diálogo, pero no aquel que busca la reconciliación de diversos intereses económicos, políticos, sociales, o de clase basándose en el menor denominador común, sino ese diálogo, en palabras de Albert Camus, entre personas que se mantienen firmes en lo que son y que no tienen miedo de decir lo que de verdad piensan y tienen en la mente. Necesitamos el diálogo que derrota al silencio contundentemente, como la verdad a la mentira.

En suma, si de verdad queremos cambiar las cosas en el 2015, tenemos que reflexionar profundamente, pensar claramente, y actuar con valentía moral. Tenemos que ver las cosas como son, en su forma y color precisos y, parafraseando al escritor francés Roger Grenier, tenemos que descomponer nuestra realidad y recomponerla de otra manera que nos permita entenderla mejor y aprender algo sobre el mundo y la vida. De lo contrario nuestra caótica y pobre entendida existencia seguirá siendo incomprensible. Y el 2015 será igual que el 2014, que fue igual al 2013, que fue igual al…

 

Esta columna fue publicada originalmente en El Nuevo Día el 4 de enero de 2015.