Kairos

Kairos

Publicado el 12 de abril de 2015

Sergio portrait
Director de Política Pública
COMPARTA

De acuerdo con el monje católico Thomas Merton los antiguos griegos usaban dos palabras para describir el concepto del tiempo: chronos y kairos. Chronos es el tiempo cuantitativo y secuencial que dividimos en minutos, horas, días y semanas, en esencia los pequeños compartimientos de tiempo que rigen nuestra vida. Es el tiempo que medimos con el reloj, en el que ocurren más o menos de manera accidentada los eventos de nuestras vidas y que constituyen el ajetreo cotidiano de nuestra existencia.

Mientras, la palabra kairos se refiere a un lapso indeterminado de tiempo, con una dimensión cualitativa, en el que ocurren eventos llenos de significado que requieren que tomemos decisiones de carácter moral y existencial. De acuerdo con Henri Nouwen, kairos significa que ha llegado un momento crítico, trascendental.

Cuando el chronos y el kairos convergen ocurren una serie de eventos críticos que proveen una oportunidad para discernir las señales de los tiempos. En el Puerto Rico de hoy están ocurriendo, o lo estarán pronto, una serie de eventos críticos; podemos mencionar, entre otros, la reforma contributiva, la reestructuración de la Autoridad de Energía Eléctrica, y la emisión de bonos de la Autoridad del Financiamiento para la Infraestructura, que determinarán el futuro a corto y mediano plazo de nuestra economía, gobierno y sociedad.

Esos eventos críticos abren una ventana que nos permite discernir las señales de los tiempos, nos permiten percibir la desesperación colectiva, la ansiedad, el miedo, la incertidumbre, la quiebra del estado, la emigración masiva, el fatalismo, la dejadez, la indiferencia, y la impotencia que estamos viviendo en Puerto Rico. Esas son las señales de nuestros tiempos. Estas señales no significan que estamos viviendo el final de los tiempos sino que muchas cosas serán derrumbadas para hacerlas de nuevo, reconfiguradas para una nueva realidad.

En momentos como éstos es fácil caer en trampas intelectuales o dejarse llevar por atajos heurísticos que nos llevan a tomar decisiones erróneas. La primera de estas trampas es la prisa. Tendemos a pensar que en momentos de crisis hay que actuar rápido, hay que hacer algo, lo que sea, aunque a la larga terminemos agravando la situación. Pero es precisamente en momentos críticos como los que vivimos cuando tenemos que pensar con calma, definir y delimitar claramente los objetivos que queremos lograr, considerar cuidadosamente las opciones, consultar a personas competentes y analizar las consecuencias probables de nuestras decisiones.

Por ejemplo, resulta obvio que la reforma contributiva no se está considerando desde la perspectiva del bien social, o de su impacto en el crecimiento económico, o de su efectividad para recaudar los recursos necesarios para que el gobierno lleve a cabo sus funciones. El imperativo es claramente uno de política partidista —la prisa de hacer algo antes de las elecciones del 2016— y no el bienestar común de nuestra sociedad. De hecho, todo el proceso de la reforma contributiva se ha llevado a cabo de una manera acelerada. Esta situación es particularmente preocupante cuando el propio Secretario de Hacienda ha admitido “que esta medida plantea uno de los cambios más trascendentales de las últimas décadas”.

La segunda trampa es pensar “que no tenemos otra alternativa”. Esta es la serpiente venenosa que los altos sacerdotes de las artes oscuras de Wall Street sacan de su jaula y sueltan en el jardín en momentos de crisis económica. Si no hacemos X o Y todo tipo de plagas, males y maldiciones recaerán sobre nosotros y nuestros herederos por los siglos de los siglos. Pero si pensamos por un momento, nos damos cuenta que son muy pocas, casi ninguna, las situaciones en la vida donde verdaderamente “no tenemos otra alternativa”. Puede ser que las otras alternativas conlleven costos económicos, sociales o sicológicos que no queremos incurrir, o que sean peligrosas o arriesgadas, pero casi siempre existe más de un curso alternativo de acción.

Ese es el caso con la restructuración de la deuda de la AEE. De un lado tenemos a un grupo de personas, basándose en el antiguo principio legal de “pacta sunt servanda”, insistiendo que la deuda de la AEE no se puede reestructurar. Hay que pagarla en su totalidad no importa las consecuencias. De lo contrario, sucederán todo tipo de catástrofes y sufriremos consecuencias indescriptibles.

Del otro lado tenemos dos grupos. El primero argumenta que los bonistas estaban plenamente conscientes de los riesgos que asumieron al comprar los bonos, ya que los “Official Statements” de la AEE detallan extensamente todos los riesgos asociados tanto con las operaciones de la AEE como con los bonos y que se les compensó adecuadamente por ese riesgo a través de la tasa de interés que se les paga. No pueden pretender actuar ahora como si nunca se les hubiera informado sobre la verdadera condición de la AEE. En las inversiones se gana y se pierde. Esta vez les tocó perder. Por tanto, les conviene sentarse a negociar.

El segundo grupo argumenta que si los bonistas insisten en el repago del 100% de lo adeudado, entonces el gobierno simplemente le debe entregar las llaves de la AEE. Si quieren recobrar todo lo que prestaron sin hacer la debida diligencia, dejándose llevar por la codicia, seducidos por los sutiles encantos de los altos rendimientos y la triple exención contributiva, entonces que breguen ellos con la UTIER, con la mafia del petróleo, con los gerentes politiqueros y con las plantas generatrices de la época Soviética. Buena suerte con eso.

Es obvio que en el caso de la AEE existen varias alternativas. El problema es que escoger entre las diversas opciones no es un ejercicio puramente financiero o legal, como pretende el gobierno, sino también uno político, en el sentido de cómo se debe repartir el costo del ajuste en la AEE y entre quienes.

En resumen, estamos viviendo en el kairos, un momento trascendental, preñado de significado. Aprovechemos esta coyuntura para llevar a cabo los cambios fundamentales que necesitamos para enderezar nuestra vida como pueblo.

 

Esta columna fue publicada originalmente en El Nuevo Día el 12 de abril de 2015.