Cambiando la conversación sobre la pobreza en Puerto Rico

Cambiando la conversación sobre la pobreza en Puerto Rico

Publicado el 25 de abril de 2015

Deepak portrait
Director de Investigación
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A pesar de que somos un país con altas tasas de pobreza, lamentablemente sabemos muy poco sobre este tema. Algunos estudiosos locales han elaborado investigaciones que arrojan alguna luz, pero cómo se lidia desde la pobreza, qué estrategias se utilizan para vivir dignamente bajo la inseguridad económica y cuáles son las rutas que se identifican para salir del atolladero son interrogantes que han sido desatendidas por gran parte de la comunidad intelectual y la mayoría de los oficiales del sector público; incluso los encargados de atender la inopia en la isla.

La mayoría de los estudios que se citan comúnmente se centran en definir la pobreza mediante los ingresos, empleando los parámetros federales como base analítica. A pesar de su validez y necesidad, especialmente dada la bochornosa carencia de buenos datos socioeconómicos, estos ejercicios revelan tendencias parciales, pues la forma en que se contabiliza y se reporta el ingreso arroja resultados imprecisos y las medidas que toman como base la capacidad de consumo no revelan cómo se generan esos fondos ni tampoco la calidad de los bienes y servicios que se compran. Además, la famosa línea federal, que determina para fines burocráticos qué es una necesidad básica y quiénes tienen acceso, resulta ser bastante arbitraria. Una persona que gana un dólar sobre la línea de la pobreza federal deja de ser pobre en términos estadísticos, ¿pero realmente se puede considerar que dejó atrás a la pobreza?

Interesantemente, la simplificación que nos provee el estándar federal—que resulta útil para fines administrativos—abona a una visión muy limitada de la pobreza, y a conjeturas equivocadas. Casi sin recato alguno, se balbucean y publican anécdotas trilladas y clasistas que pasan juicio sobre los patrones de consumo de las personas de escasos recursos: las nefastas referencias al uso de aires acondicionados y televisores de pantalla gigante en los residenciales públicos, o a las uñas pintadas de las mujeres que pagan con la tarjeta del Programa de Asistencia Nutricional (PAN) en los supermercados. Detrás de estos comentarios se revelan juicios ideológicos sobre lo que debe ser una necesidad básica que emanan de las definiciones simplonas sobre la pobreza. La lógica discriminatoria es igualmente sencilla: las necesidades básicas de los pobres las define un cálculo arbitrario o un programa federal, las del resto de las personas las definimos como nos da la gana. Resulta irónico pues que, como dice el refrán, “no sólo del pan vive el hombre” pero tal parece que esta máxima no les aplica a los pobres.

Además de abonar a las tensiones sociales que se recrudecen en estos tiempos de crisis económica, las definiciones y análisis comunes sobre la pobreza contribuyen a la propagación de varios mitos persistentes y al uso de un vocabulario errado e irrelevante para hablar de los pobres, en el que abundan palabras como: vagos, “cuponeros” o mantenidos.

Uno de los mitos más comunes, longevos e infundados apunta a que “los pobres viven del gobierno”. Pero un cálculo aritmético sencillo lo desmiente, pues las ayudas diarias promedio que recibieron las familias bajo el PAN en el 2014 eran de aproximadamente ocho dólares diarios. Aún si tomamos en cuenta otras ayudas gubernamentales, lo que se recibe del estado no es suficiente ni para empatar la pelea.

La frase “vivir del gobierno” se reserva para hablar de los pobres y se utiliza para fomentar estereotipos que se reproducen a través de términos como “dependencia” o “el mantengo”. Al parecer, recibir ayudas del gobierno resulta ser algo moralmente reprensible o negativo. Sin embargo, es una práctica muy común para aquellos que están por encima—a veces muy por encima—de la línea de la pobreza. Las deducciones que se pueden hacer en las planillas por concepto de los intereses hipotecarios, las deducciones por las cuentas de retiro individual (IRA), los decretos contributivos especiales a individuos de altos ingresos que se cobijan bajo la Ley 22, entre otras disposiciones cuantiosas, ¿no son ayudas del gobierno? Ante la existencia de este andamiaje que supuestamente busca abonar al desarrollo local, vale la pena preguntarnos: ¿Es justo aislar a los pobres como los únicos beneficiarios del gobierno y obviar a todos los otros grupos que derivan subvenciones del estado?

Esto apunta a que necesitamos cambiar la conversación en Puerto Rico. Necesitamos un giro, no solo a nivel mediático, sino también a nivel gubernamental y dentro de la academia, para contrarrestar el discurso anacrónico basado en argumentos culturalistas: que los pobres son pobres porque quieren serlo y que si quisieran se amarrarían bien los zapatos y saldrían corriendo a comerse el mundo. Este estereotipo se debe denunciar, pues logra opacar todo el andamiaje estructural que contribuye al deterioro de la calidad de vida y la falta de oportunidades que les impiden a las personas de escasos recursos poder salir de la pobreza.

Tomando en cuenta la necesidad de entender a profundidad cómo se brega desde la pobreza, y la falta de estrategias programáticas para transformar los patrones existentes, en el Centro para una Nueva Economía, y en colaboración con Espacios Abiertos—una organización que busca generar cambios sistémicos a través del desenvolvimiento cívico—estamos trabajando con la Administración de Desarrollo Socioeconómico de la Familia (ADSEF) y otras agencias para analizar las oportunidades y obstáculos que enfrentan aquellos beneficiarios de asistencia pública que buscan transformar su panorama socioeconómico.

Entre otros asuntos, queremos entender a profundidad cómo ciertas reglas y ajustes en los programas que les permiten acumular mayores niveles de ingresos a los participantes afectan los patrones de empleo de aquellos beneficiarios que buscan moverse hacia la formalidad o que son trabajadores pobres. Uno de los objetivos principales de este ejercicio es poder hacer recomendaciones de política pública y generar nuevas conversaciones.

Llevamos años dándole vueltas al tema de la indigencia y hemos registrado pocos avances. Después de décadas de repetición sin efectividad, lo que sabemos a ciencia cierta sobre la pobreza es que no hemos hecho lo suficiente para entenderla y atajarla. Ojalá logremos romper este patrón para así poder desarrollar nuevos entendidos y soluciones.

 

Esta columna fue publicada originalmente en El Nuevo Día el 26 de abril de 2015.