Descifrar el riesgo en tiempos del coronavirus

Descifrar el riesgo en tiempos del coronavirus

Publicado el 26 de abril de 2020 / Read in English

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Director de Investigación
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No es inusual, ante una crisis, escuchar a un gobernante o leer algún eslogan publicitario que apela a la unidad ante la adversidad e insinuar que “todos estamos en el mismo bote”.  Sin lugar a dudas, el esfuerzo colectivo es clave, especialmente en estos tiempos cuando quedarse en la casa es la manera más efectiva de controlar el contagio de un virus que se propaga con suma rapidez y puede ser letal. Pero no nos llamemos a engaños. Como han reseñado numerosos medios durante estos meses, no todos vivimos el “quédate en casa” de la misma manera, ni tampoco el desplome de la economía que han traído las decisiones para controlar la pandemia.

Este entendido básico es un elemento clave de “Vivir bajo riesgo”, un lente analítico que estamos desarrollando en el Centro para una Nueva Economía para entender la retahíla de eventos desastrosos que han azotado a Puerto Rico durante los pasados años—la quiebra, los huracanes, los terremotos y la pandemia, para mencionar los más obvios— y evaluar las respuestas de emergencia, la reconstrucción y la eventual recuperación posdesastres. El principio rector de este enfoque es sencillo: es imposible eliminar el riesgo de nuestras vidas, así que debemos aprender a convivir con él. Sin embargo, no es un llamado a la complacencia. Al contrario, nos interesa que nos lleve, a todos, a adoptar una postura crítica ante actitudes convencionales sobre los desastres y fenómenos naturales. Esas que pretenden explicar los infortunios y sus desenlaces con ideas y frases trilladas como “es que tenemos mala suerte” o “no se puede hacer mucho, pues así lo quizo papito Dios”.

Adoptar una postura crítica sobre cómo vivimos bajo riesgo nos lleva, inevitablemente, a hablar sobre la vulnerabilidad; la relación entre riesgos y desastres se entiende de otra manera cuando pensamos en esta dimensión. Algunos eventos, naturales o no, nos pueden poner en riesgo, pero nuestro nivel de vulnerabilidad —nuestra posición social, económica y política en la sociedad— define cuán expuestos estamos a los desastres. Y esto nos encamina a discutir otros asuntos que algunos prefieren ignorar: el privilegio, el poder y la desigualdad, porque, como evidencian numerosos estudios, las personas y comunidades que carecen de recursos, redes y oportunidades tienden a estar más en riesgo que los privilegiados.

Durante las pasadas semanas, se han reseñado ejemplos de cómo los más vulnerables sobreviven la propagación del coronavirus en el mundo. El caso de la India es particularmente espeluznante. Cuando el primer ministro decretó, sin previo aviso, que el país entero tenía que someterse al encierro en casa, se evidenció lo que la novelista Arundhati Roy describió como “un experimento químico que, de repente, iluminó cosas ocultas.” Mientras las clases medias y los más pudientes se acomodaban en sus residencias, los pobres de las ciudades tuvieron que abandonar sus talleres de trabajo, donde muchos pernoctan, y emprender camino hacia sus pueblos de origen, a pie. Así se desató un movimiento migratorio masivo que recordó a muchos el éxodo durante la partición posindependencia, que separó a los actuales territorios de Pakistán y Bangladesh de la India. A lo largo de carreteras y caminos, miles caminaron hasta cientos de millas por varios días. Algunos fallecieron en el trayecto y otros arribaron a sus pueblos sin saber cómo sobrevivirían. Los migrantes desplazados enfrentan escenarios terribles: temen contagiarse con el virus y, ahora que carecen de empleo, también viven con el miedo de morirse de hambre.

En Estados Unidos, quizás el polo opuesto de la India en términos socioeconómicos, se han observado tendencias igualmente preocupantes. A pesar de que el virus, en términos puramente científicos, no discrimina por color de piel, las tasas de infección y las muertes han sido mucho más altas para los afroamericanos que para los blancos en numerosas localidades. A principios de este mes, el medio digital investigativo ProPublica reportó que, en las ciudades y condados de Michigan y Luisiana con mayor concentración de negros, hay una cantidad desproporcionadamente más alta de enfermos y muertes por el virus. Según expertos citados en el reportaje, estos patrones de contagio y muerte por el COVID-19 son consecuencia de décadas de falta de inversión en salud pública en comunidades negras, la segregación racial y las injusticias históricas hacia las minorías.

Acá, en Puerto Rico, la pandemia ha condenado a muchas personas a encerrarse con una amenaza letal: la violencia de sus parejas. En el primer mes del encierro, la Policía de Puerto Rico reportó 526 querellas de violencia doméstica. Pero, en un país donde ocurre un feminicidio cada siete días, seguramente hay una gran discrepancia entre los números oficiales y la realidad de las víctimas. La situación se ha tornado tan grave a nivel global, que el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas pidió a los gobiernos del mundo que atiendan la problemática de la violencia de género con urgencia.

La lista de vicisitudes que enfrentan los más vulnerables durante la pandemia es larga. Pero, de igual manera, abundan ejemplos de respuestas comunitarias efectivas. En Guánica, por ejemplo, una red de organizaciones sin fines de lucro y grupos comunitarios está asegurándose que los residentes de barrios azotados por los terremotos de enero reciben atención médica durante la pandemia. También, realizan pruebas para detectar el coronavirus. Lo que el gobierno no ha podido hacer para el resto del país, se está forjando en una comunidad sureña. Esta es otra lección que hemos aprendido: “vivir bajo riesgo” no es una condena. También es un llamado a tomar acción, pues ahora mismo hay numerosas comunidades llenando vacíos que deja el estado, empoderándose y haciendo que el gobierno rinda cuentas.

Esta columna fue publicada originalmente en El Nuevo Día el día 26 de abril de 2020.