A estas alturas del juego, no nos debe sorprender la enorme desconfianza que tenemos los puertorriqueños con el gobierno estatal y federal. Ambos nos han fallado en grande, y mucho de eso se manifiesta en nuestra bajísima tasa de participación en el Censo Decenal – un cuestionario del censo que, desde el 1910, realiza el gobierno federal en Puerto Rico cada diez años para medir nuestra población y otros importantes aspectos demográficos.
Puerto Rico no participa en todas las encuestas federales, incluyendo varias que se llevan a cabo frecuentemente y que capturan información valiosa sobre aspectos sociales y económicos. Sin embargo, sí participamos en el Censo Decenal, y es importante señalar que la información que recoge este esfuerzo incide directamente sobre las decisiones de políticas públicas que nos gobiernan.
Aunque pueda sonar trillado, hay mucho de cierto y fundamental en los estribillos que componen las campañas de la Oficina del Censo cada diez años. Por ejemplo, si no sabemos cuántas personas residen en un pueblo, ¿cómo sabremos cuántas escuelas, hospitales o viviendas se necesitan allí? ¿Cómo gestionar presupuestos de gobierno u obras públicas sin entender el tamaño de nuestra población?
El Censo Decenal es una herramienta vital, no sólo para el gobierno, sino también para los sectores académicos, privados, y sin fines de lucro. Las investigaciones del Centro para una Nueva Economía se harían imposibles sin estos datos poblacionales. Son el punto de partida para poder evaluar un sinnúmero de aspectos económicos y sociológicos, y formular propuestas de políticas públicas.
A falta de datos empíricos, nos quedan verdades quebradas. Por eso preocupa tanto que, en el mes de julio, a cuatro meses de haber extendido la fecha límite para contestar el Censo, tan solo un 25% de los residentes de Puerto Rico haya completado el cuestionario. Minnesota, con un 72%, es el estado con mayor número de respuestas.
Nuestra apatía ante las gestiones gubernamentales es entendible. Llevamos casi 15 años de una prolongada contracción económica; hemos vivido huracanes, terremotos, gobiernos derrocados, y, por si fuera poco, una pandemia. En el mejor de los casos, las ayudas federales y estatales para responder a los desastres más recientes llegaron tarde; en el peor, brillaron por su ausencia. Es por eso que, muy seguramente, hemos ignorado el Censo 2020. ¿Qué confianza gubernamental puede sobrarle a un puertorriqueño que perdió su casa y que aún no ha recibido las ayudas correspondientes? ¿Qué tiempo puede sobrarle a un puertorriqueño que trabaja arduamente para sentarse a llenar un cuestionario? ¿Qué ganas pueden sobrarle a un puertorriqueño para contestar preguntas sobre etnias y razas cuando la población latina es marginada constantemente?
Todo eso sin contar con que, hoy por hoy, nos bombardean con encuestas y sondeos por doquier. Que si puntuaciones, caritas felices, y pulgares arriba, nuestra modernidad compone una infinidad de sondeos y cuestionarios que van muchas veces endulzadas con incentivos económicos o promesas de premios. Ante semejante panorama, cuesta pensar que, tan solo por obligación cívica, la gente quiera completar el Censo Decenal.
Pero lo cierto es que, ahora más que nunca, toca llenar el formulario del Censo Decenal. Aunque la sintamos distante de nuestro diario vivir, la reconstrucción de Puerto Rico depende enormemente de estas cifras poblacionales. Estos números definen políticas públicas y también sirven para calcular asignaciones de dinero. Por ello, tenemos mucho que perder si nos subestiman en el Censo Decenal.
La confiabilidad de los datos es fundamental. Es nuestro mejor acercamiento a un mundo donde las decisiones no se basan en puras especulaciones. Por algo confiamos en las probabilidades de lluvia cuando nos proponemos ir a la playa, o en tasas de supervivencia cuando nos sometemos a procesos quirúrgicos. Sin datos censales robustos, cuesta mucho más entender las necesidades que pueda tener nuestra población.
Trabajé cinco años en la Oficina del Censo en Washington DC y puedo dar fe de su independencia y confiabilidad. Sus empleados entienden plenamente la importancia de su trabajo y poseen un compromiso profundo con el manejo de información. Ante todo, valoran la confidencialidad e integridad de las encuestas. Allí hay solo tres empleados de confianza en una agencia que en un año típico cuenta con sobre 15,000 personas. El personal de carrera trabaja enfocado en gestionar más de 130 encuestas que lleva a cabo la agencia periódicamente. Aunque no lo parezca, los retratos numéricos que produce esta agencia cuentan la historia de los Estados Unidos y sus territorios.
Por eso urge tanto que llenemos el Censo 2020. El proceso no toma más de diez minutos y se puede hacer electrónicamente. Si queremos contar bien nuestra historia, tenemos que hacernos contar.
Esta columna fue publicada originalmente en El Nuevo Día el día 19 de julio de 2020.