Weekly Review – 11 junio 2020

Publicado el 11 de junio de 2020 / Read in English

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EDICIÓN ESPECIAL
Un mensaje del Centro para una Nueva Economía

A nosotros en el Centro para una Nueva Economía, al igual que millones de personas en Estados Unidos y en todo el mundo, nos han inquietado profundamente las imágenes de la horrible muerte del señor George Floyd, causada por un policía blanco de Mineápolis que se arrodilló sobre el cuello de Floyd durante casi nueve minutos. Compartimos los sentimientos de rabia, sufrimiento y dolor expresados por miles de manifestantes en decenas de ciudades al enfrentarnos a este acto de desprecio flagrante por la vida humana. Y nos preocupan las declaraciones de varios políticos que describen esas mismas ciudades como “campos de batalla” que deben “dominarse” con fuerza militar, utilizando a soldados profesionales contra sus compatriotas.

A pesar de toda la atención que se le ha dado a los saqueos y a la violencia que se ha visto en algunas ciudades, las protestas en los Estados Unidos y Puerto Rico durante las últimas semanas nacen de la bondad y la solidaridad. Hemos sido testigos de innumerables actos de amor que nos recuerdan que estamos juntos en esto, y que el odio, los prejuicios y el racismo no prevalecerán entre nosotros.

La crisis que enfrenta hoy Estados Unidos ha estado latente por demasiado tiempo. Los líderes políticos han sido tan reacios a trabajar juntos que incluso les tomó semanas negociar el alivio necesario para mitigar los efectos negativos del virus COVID-19. Y alrededor del país los prejuicios y las tensiones raciales son palpables, como nos recuerdan cada cierto tiempo innumerables casos de brutalidad policíaca, crímenes de odio y tiroteos en masa.


La historia de las relaciones raciales en los Estados Unidos es complicada, pero existe un patrón evidente tanto para quienes quieran buscarlo como encontrarlo. Si bien la muerte de George Floyd fue producto de un inexcusable acto de brutalidad policíaca, las fuerzas que convergieron el 25 de mayo en Mineápolis tienen raíces profundas y largas en la historia de Estados Unidos. De hecho, se remontan a 1619, aproximadamente un siglo y medio antes de la fundación de los Estados Unidos, una nación que basó su constitución original en una clara jerarquía racial que institucionalizó la supremacía blanca.


Desde los horrores de la travesía del Atlántico hasta la brutalidad de la esclavitud; desde las promesas incumplidas de la Reconstrucción hasta el terror de los linchamientos por hordas de racistas; desde la promulgación de las leyes de “Jim Crow” hasta la doctrina de “separados pero iguales”; desde el asesinato de líderes de derechos civiles hasta las esperanzas fugaces de las Leyes de Derechos Civiles y de Votación de la década de 1960; desde el encarcelamiento masivo de miles hasta la muerte de tantos a manos de policías blancos, la lista de agravios, injusticias y desigualdades infligidas contra los afroamericanos es extensa y sin paralelo en la historia de Estados Unidos.

Sin embargo, la mayoría nos hemos negado a aceptar estos hechos, lo que James Baldwin llamó la “pesadilla racial estadounidense”, la abismal brecha entre las desigualdades cotidianas que viven millones de afroamericanos y las consoladoras promesas de la mitología fundacional de los Estados Unidos. Desafortunadamente, esa brecha es tan grande hoy como lo era hace sesenta años, si no aún mayor.

No necesitamos mirar lejos para encontrar manifestaciones de este sistema de jerarquía racial en Puerto Rico. Aunque nuestras identidades raciales particulares surgieron a través de un proceso histórico distinto, nuestra propia jerarquía racial sin duda venera los rasgos “blancos” al menospreciar y restarle visibilidad a la experiencia de los puertorriqueños negros. Esta jerarquía respalda un racismo estructural que, aunque tal vez usa sistemas diferentes de los que vemos en los Estados Unidos, a menudo conducen a resultados de discriminación racial similares en la educación, vivienda, pobreza y brutalidad policíaca, entre otras áreas.

El legado de la policía en Puerto Rico también está plagado de racismo. Existe una extensa historia de represión policíaca, de violencia en general y hacia ciertos grupos raciales en específico, incluyendo a los puertorriqueños negros, dominicanos y puertorriqueños de ascendencia dominicana, que ha sido ampliamente documentada por el American Civil Liberties Union y Kilómetro Cero. Estas tendencias tienen su eco en el presente: no es casualidad que la policía de Puerto Rico todavía esté bajo proceso de reforma luego de un acuerdo del Gobierno de Puerto Rico con el Departamento de Justicia de los EE.UU., dadas las serias faltas documentadas por el uso injustificado de la fuerza.

Algunos pueden analizar estas historias y sentir la tentación de levantar las manos en desesperación. Pero nosotros nos negamos a hacerlo. Como una organización comprometida con forjar una economía más inclusiva y justa, CNE no puede echarse a un lado mientras ocurren estos eventos. Es por eso que levantamos nuestra voz en apoyo a las millones de personas que exigen cambios profundos y radicales en Puerto Rico y los Estados Unidos.


La agenda de política pública para lograr el tipo de cambio social amplio que buscamos puede parecer desalentadora al principio: tenemos que abordar problemas complicados relacionados con la educación, la atención médica, el derecho penal, la capacitación policíaca, la desigualdad económica, la pobreza, la vivienda, la creación de empleos y muchos otros temas. Pero esta tarea compleja ya no se puede posponer.


La eliminación exitosa de las desigualdades crónicas que hemos descrito requerirá el esfuerzo de todo lo mejor que podemos ofrecer desde la academia, el sector empresarial, el gobierno, las ONG y las organizaciones comunitarias y religiosas. También debemos reconocer los privilegios y las ventajas que la discriminación racial y las estructuras de clase social nos han brindado; necesitamos escuchar a activistas, líderes comunitarios y organizadores; necesitamos aprender de intentos anteriores que se quedaron cortos para abordar el racismo y la desigualdad sistémica; y debemos comenzar a desmantelar las estructuras e instituciones racistas en nuestra sociedad.

Los acontecimientos recientes han demostrado que este trabajo será arduo, difícil y muchas veces problemático. Sin embargo, eso no es una excusa para dejar de actuar. Como el reverendo Martin Luther King Jr. declaró en un sermón pronunciado en marzo de 1956: “la verdadera paz no es simplemente la ausencia de tensión; es la presencia de la justicia”.

CNE se solidariza con, y siempre estará del lado de, todas aquellas personas que buscan y trabajan sin descanso para garantizar que la justicia esté realmente presente en este mundo, ahora mismo, hoy.

El equipo de CNE