Europa: qué está en juego con la invasión rusa

Europa: qué está en juego con la invasión rusa

Publicado el 7 de marzo de 2022 / Read in English

Directora, Buró de Madrid
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Europa está bajo asedio. O al menos así se siente esta mañana que escribo. Estoy lejos de Kyiv pero la guerra irrumpe en las conversaciones callejeras en mi entorno: un hombre hablaba en un almuerzo de negocios del “maldito Putin”, mientras que un taxista imprecaba a la OTAN por no defender con el mismo ahínco a Ceuta y Melilla, los territorios españoles enclavados en Marruecos.

Ucrania está a más de 2,300 millas de distancia, pero en Madrid comienzan a sentirse los efectos de la invasión: la industria cárnica ha alertado de un próximo desabastecimiento de alimento para el ganado, los supermercados han comenzado a racionar la venta de aceite de girasol y el costo del kilovatio/hora alcanzó hoy los 71¢ de euro (unos .77¢ de dólar). Si el COVID nos había complicado la vida, la invasión rusa ha lanzado por los aires las piezas que nos quedaban del juego de ajedrez.

En este Apuntes de Madrid intentaré esbozar una perspectiva europea de las implicaciones del conflicto en Ucrania. Estoy consciente de la rápida escalada de los eventos (el día que escribo el presidente ruso ha dicho que las sanciones económicas contra su país parecen ser “una declaración de guerra”). Intentaré, a pesar de esto, de ofrecer algún contexto a través de los debates que discurren en think tanks y medios europeos. A través y al final del texto insertaré enlaces que pueden resultar de interés para aquellos que quieran continuar profundizando en el tema desde esta óptica.

Emilio Morenatti – Associated Press

El fin del periodo de la post-Guerra Fría

Para Europa, la invasión rusa a Ucrania marca un momento de ruptura: el fin de lo que la analista de Carnegie Europe Judy Dempsey considera ha sido un largo periodo de auto-engaño.  Es importante entender que durante los pasados 70 años la política exterior europea ha estado condicionada por una especie de post-memoria anclada en el trauma colectivo de la Segunda Guerra Mundial: en mayor o menor medida, Europa como conjunto ha primado los valores humanistas (la democracia, el respeto a la ley, el estado de bienestar) a la vez que ha esquivado las más oscuras realidades del poder (el desarrollo de un componente fuerte de defensa militar). Esto ha hecho de la Unión Europea (UE) un actor moral o normativo en el tablero internacional pero la ha colocado en lo que el filósofo e historiador holandés Luuk van Middelar considera como un limbo psico-político, un espacio ahistórico y desvinculado de contexto real.

Durante décadas, la UE y sus países miembro apostaron por una política de détente o distensión con Rusia a través del llamado “soft power”, profundizando lazos económicos y culturales y evitando la escalada de potenciales conflictos. Ralf Fücks, del Center for Liberal Modernity en Berlín, argumenta que esta relación tiene un fuerte componente emocional: una mezcla de culpabilidad (por la invasión nazi a Rusia), miedo (por la ocupación soviética del este europeo y las tensiones de la Guerra Fría) y admiración cultural.

Es por esto que en 2008, argumenta Fücks, la OTAN – ante la insistencia de Francia y Alemania – denegó la incorporación inmediata de Ucrania y Georgia a la alianza (“no debemos empujar a los rusos a una esquina”); y que en 2014 la respuesta europea ante la anexión rusa de Crimea fuera una limitada (congelación de ciertos activos, prohibición a la importación de bienes de la región).  John Lough, autor del libro Germany’s Russia Problem: The Struggle for Balance in Europe, plantea que esto llevó además a Europa a mal interpretar o ignorar el creciente giro autoritario y belicista de su vecino ruso. “Tengo tanto coraje por nuestro fracaso histórico”, lanzó a las redes sociales la exministra de Defensa alemana Annegret Kramp-Karrenbauer. Hasta el último momento, la UE pensó que la política de appeasement  y los lazos económicos – hasta el inicio del conflicto, Europa era el principal socio comercial de Rusia y representaba el 37.3% de su comercio exterior – constituirían un disuasivo para la escalada bélica y afincarían la diplomacia y la intermediación.

No puede minimizarse el estupor y la preocupación que se siente en las capitales europeas. Richard Roberts, de la publicación francesa Telos, ha dicho que la invasión a Ucrania representa una especie de retorno a la doctrina soviética que culminó con el aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968: una doctrina basada en la soberanía limitada de aquellos que comparten bordes territoriales con Rusia. El canciller alemán Olaf Scholz ha sido más contundente aún: ha dicho que la invasión rusa echa por tierra el sistema de seguridad europeo forjado por los acuerdos de Helsinki  cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial. Y el Real Instituto Elcano, uno de los principales think-tank españoles, ha planteado que la agresión da al traste con el sistema de relaciones internacionales vigente – basado en la cooperación entre los estados y el respeto a las reglas – para sustituirlo por uno basado en la imposición de la voluntad del más fuerte.

El conflicto en Ucrania, entonces, constituye un remezón tectónico para el worldview europeo de la post-Guerra, un momento definitorio de cambio. Esto explica la determinación de la UE de financiar €500 millones en armamento militar a Ucrania (una decisión “hamiltoniana” en su sesgo centralizador, ha dicho El País), la primera vez que financia la compra de armas para una nación bajo ataque. Explica también la trascendental decisión de Alemania de rearmarse y de abandonar su política histórica, forjada tras la Segunda Guerra Mundial, de no enviar armas a zonas en conflicto. Ucrania parece haberse convertido en una especie de Rubicón que ha empujado a Europa a lo que Politico Europe ha calificado como un Zeitenwende, un punto de inflexión histórico.

El debate sobre la soberanía estratégica

La crisis ha catapultado al centro de la discusión de los organismos europeos el debate sobre la “soberanía estratégica”, lanzado al ruedo en 2017 por el Presidente francés Emmanuel Macron (Presidente actual del Consejo Europeo, organismo que reúne los líderes electos de los países de la UE). La noción esbozada por Macron plantea una Europa “soberana y unida” que pueda actuar de acuerdo a sus propios intereses “al otro lado del Atlántico o en los bordes de Asia”, esto es, una Europa con capacidad defensiva propia (en coordinación pero no limitada o supeditada a la OTAN), vigor económico para competir con China y EEUU, capacidad propia de innovación digital, un sistema impositivo armonizado, una política migratoria común, seguridad alimentaria y convergencia en la seguridad social.  Esta doctrina ya se ha ido cristalizando en el ámbito del comercio exterior: mientras EEUU libra una guerra comercial con China, el país asiático es actualmente la principal fuente de las importaciones de la UE (22.4% vs 11% procedentes de EEUU) y el tercer destino de las exportaciones europeas (EEUU lidera con 18.4% vs. 10.2% hacia China).  De hecho, el material de protección médico de China fue crucial para el manejo de la oleada de COVID en Europa, luego que EEUU vetara su exportación durante los momentos iniciales de la pandemia.

La invasión rusa a Ucrania le ha brindado urgencia al aspecto defensivo de la doctrina de soberanía estratégica: el español Josep Borell, Alto Representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad, ha dicho que la crisis ha generado “el nacimiento de la Europa geopolítica”. Desde noviembre pasado de 2021 Borell había advertido que “Europa está en peligro”, pero sus palabras habían calado poco en medio de la fatiga post-pandémica. Su Compás Estratégico para la UE – aprobado en mayo de 2021 a nivel del Consejo de la UE y pautado para ser discutido por los ministros de defensa de los países miembro próximamente – vislumbra la creación de una fuerza militar de respuesta rápida de 5,000 tropas, así como el desarrollo de capacidades terrestres, marítimas, aéreas, espaciales y cibernéticas a nivel comunitario. La pregunta sobre el tapete es si la UE (notoria por la lentitud procesal) podrá actuar con la celeridad y contundencia con que discurren los acontecimientos en el este; y si la ciudadanía europea confiará tanto en la UE como la hecho hasta ahora en la OTAN para asuntos de seguridad defensiva.  Al momento el sistema defensivo de la UE depende de la capacidad individual de los países miembro y de la OTAN. La OTAN, por su parte, tendrá próximamente una reunión estratégica que estará enmarcada en las cicatrices trasatlánticas que dejó la era Trump y los intereses divergentes de los aliados (Europa enfocada en Rusia, EEUU en China).

La incertidumbre y los costos para Europa

El paquete de sanciones contra Rusia no solo afectará a Rusia, sino que tendrá costos económicos para Europa: como poco, el think tank español Funcas anticipa un aumento significativo en el costo de la energía eléctrica, mayor presión inflacionaria, erosión en la capacidad de consumo, disloques en las exportaciones y erosión de la confianza empresarial. El impacto será desigual y podría funcionar como un castillo de naipes: Alemania tiene mayor dependencia de las importaciones de gas natural y petróleo ruso, mientras que España tiene un fuerte componente de turismo ruso y depende a su vez de Alemania para una parte significativa de sus exportaciones.  Este incierto panorama ha llevado a la Ministra de Asuntos Económicos de España, Nadia Calviño, a advertir que la guerra amenaza la recuperación post-pandemia, impulsada por los € 807 billones del Programa de Recuperación de la UE.

Principales rutas de las importaciones de gas natural a Europa. Fuente: Bruegel.

El tema más crítico de forma inmediata es el energético: Rusia suple el 41% del gas natural y el 27% del petróleo que importa la UE. La UE sabe que esta dependencia energética es el talón de Aquiles de su paquete de sanciones: el economista y eurodiputado Luis Garicano ha advertido que mientras Europa continúe importando combustibles rusos al ritmo de €1 billón diarios, la expulsión de Rusia del sistema de transacciones financieras Swift será solo parcialmente efectiva.  

La eliminación de la dependencia en combustibles rusos, sin embargo, será dolorosa: el think tank belga Bruegel estimó poco antes de la invasión que un corte abrupto de suministros rusos requeriría una reducción del 10 al 15% de la demanda energética europea, más si surgía alguna disrupción climática.

Fuentes de importaciones de gas natural por países en Europa. Fuente: Bruegel

La Agencia Internacional de Energía (AIE) ha preparado un dosier con medidas a través de las cuales la UE puede disminuir la dependencia del combustible ruso: buscar fuentes alternas de gas natural (el gasoducto que atraviesa España pudiera ser clave para incrementar las importaciones de gas desde el Norte de África), aumentar la capacidad de almacenamiento para neutralizar los cambios estacionales de demanda, maximizar la generación de otras fuentes (renovables, bioenergía y nuclear) e implantar medidas de eficiencia energética, entre otras. Estas medidas, sin embargo, lograrían apenas una reducción equivalente a 1/3 de las importaciones anuales de combustible ruso. La crisis pudiera, sin embargo, traer inesperados desarrollos positivos (a un alto costo, es verdad): la reforma del sistema marginalista de precios de los mercados eléctricos (solicitado por España desde la escalada en el costo energético del pasado año) y la aceleración de la transición a fuentes renovables de energía

Finalmente, el drama humano: el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados estima que el número de desplazados por la invasión pudiera ser de tanto como 4 millones de personas, el mayor éxodo registrado en el continente desde la Segunda Guerra Mundial.  Más de un millón y medio de refugiados ya ha cruzado la frontera hacia la UE, la mitad de estos hacia Polonia. Europa prácticamente había cerrado sus fronteras para los refugiados desde la crisis siria de 2015 (en los pasados años el dramático influjo de pateras desde el Norte de África han desbordado la capacidad de España e Italia de manejar este flujo humano considerado ilegal) pero la UE ha anunciado que ofrecerá protección temporera (residencia de 3 años) para los desplazados de Ucrania, asignando € 500 millones para acoger a los refugiados. Este cambio en política (tan dramático como el giro hacia el rearme) ha provocado ya llamados a la consistencia por razones morales, políticas y estratégicas entre intelectuales como el esloveno Slavoj Žižek (estos días se ha hecho viral en España el vídeo de un migrante norafricano siendo apaleado por la policía al saltar la valla en Melilla).

¿Cuales serán las implicaciones sociales y políticas de este torbellino en el interior de los países miembro de la UE? ¿Creará mayor cohesión? ¿O mayor polarización?  Una encuesta del European Council for Foreign Relations realizada en 7 países de la UE poco antes de la invasión encontró que la ciudadanía tendía a apoyar mayoritariamente la defensa de Ucrania a través de la OTAN o la UE; el apoyo era significativamente menor con tropas de su propio país.  Cómo reaccionará esta misma ciudadanía frente a una escalada belicista prolongada, entonces, está por verse. El Chatham House inglés ha encontrado que los disloques económicos y el influjo migratorio masivo – elementos presentes en esta coyuntura – constituyen dos tipos de shocks que funcionan como desestabilizadores sociales internos, resortes para movimientos populistas de protesta, tanto de izquierda como de derecha. Los nuevos tiempos, sin duda, se perfilan complicados para Europa.

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