Weekly Review – 22 octubre 2020

Publicado el 22 de octubre de 2020 / Read in English

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Estimados lectores:

Amigos, estamos a finales de octubre y comenzando el otoño. Nos enseñaron en la escuela elemental que “no hay cambio de estaciones” en Puerto Rico. Pero eso no es cierto. Si observamos de cerca, podemos notar cambios sutiles pero significativos en las plantas y los árboles; la temperatura, el largo de los días y sobre todo la luz del sol.

La luz del otoño es “Suave, indulgente, hace de todo el mundo un sueño iluminado. Las motas de polvo se incendian y las chispas brillantes descienden de los árboles y se elevan del suelo revuelto, flotando sobre la grama y el bosque”… siempre me hace pensar en motas ardientes de polvo de tiza flotando en el silencio impaciente de un salón de escuela elemental durante la hora del cuento, justo antes de que suene la campana y los niños puedan salir”, escribe Margaret Renkl para el New York Times.

De hecho, hay algo sublimemente extraordinario en esa luz otoñal, que cuelga baja en el horizonte, pintando el paisaje con el color del whisky viejo, más nítida, brillante y cálida que el sol hueco del invierno, y que, parafraseando a Bob Dylan, “atraviesa los anillos de humo de nuestra mente”, para guiarnos “por las ruinas nubladas del tiempo”.

Quizás esos tonos sepia activen circuitos neuronales latentes en las profundidades de nuestro cerebro; traen recuerdos de las vacaciones de la infancia con la familia y amigos; de la que podía haber sido y no fue; de aquellos que nos han dejado y que, más que nada, anhelamos abrazar.

El otoño trae un conjunto complejo de emociones. No es nostalgia ni melancolía, sino algo bastante más complicado. Quizás sea algo parecido al sentimiento del hüzün de Estambul, que como lo describe Orhan Pamuk “no es solo el estado de ánimo evocado por su música y su poesía, [sino] una forma de ver la vida que nos involucra a todos, no solo a un estado espiritual, sino un estado mental que, en última instancia, afirma la vida tanto como la niega”.

Sí. Algo así.

Sergio M. Marxuach, editor

Análisis de CNE

Parte VI – Renta Básica Universal

La pandemia de COVID-19 ha puesto a la vista de todos tanto la inseguridad económica que ha estado afectando a los trabajadores durante décadas — ingresos estancados, empleos sin futuro y sin beneficios marginales que pagan el salario mínimo durante años, falta de acceso a atención médica, aumento en la desigualdad — como las deficiencias de la red de seguridad social estadounidense. Fueron necesarias muchas semanas, meses en algunos casos, para brindar asistencia a millones de personas que perdieron sus trabajos esta primavera debido al impacto económico de la pandemia. Y ahora esa asistencia se está agotando, con el desempleo aún alto, una nueva ola de infecciones en el horizonte y el Congreso aún no ha llegado a un acuerdo sobre un nuevo paquete de ayuda.

Tiene que haber una mejor manera de hacer esto, dicen muchas personas. Resulta que en realidad hay una forma mejor. Se llama Renta Básica Universal (“RBU”), una vieja idea cuyo momento puede haber llegado finalmente.

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Una Renta Básica Universal – Lo básico

Por Sergio M. Marxuach, director de Política Pública

La idea de proporcionar un ingreso básico —un pago en efectivo universal, regular e incondicional distribuido por el gobierno— no es nueva. Santo Tomás Moro mencionó una forma de este programa en Utopía (1516), mientras que Thomas Paine (Agrarian Justice, 1796) favoreció un programa similar poco después de la guerra de independencia de Estados Unidos. Más recientemente, la idea ha sido favorecida por algunos en la derecha, como Friederich Hayek, Milton Friedman y Richard Nixon, en la forma de un “impuesto a la renta negativo”, así como por algunos en la izquierda, como John Kenneth Galbraith, James Tobin y George McGovern, entre otros.

Renta Básica Universal – El modelo ideal

Basamos nuestro análisis en el “modelo” o “ideal” de la RBU descrito por Philippe Van Parijs y Yannick Vanderborght en su libro, Basic Income: A Radical Proposal for a Free Society and a Sane Economy (Harvard, 2017). Su definición de la RBU es bastante simple: un ingreso básico universal significa “un ingreso regular en efectivo que se paga a todos, de forma individual, sin una prueba de recursos o un requisito de trabajo”. Echemos un vistazo más de cerca a cada uno de estos elementos.

Un ingreso básico, por definición, implica que la cantidad no es suficiente para sobrevivir por sí sola. La idea es más bien ofrecer una base que brinde estabilidad cuando ocurren eventos inesperados en la vida, como el desempleo, una enfermedad o un desastre natural, entre otros incidentes similares. Esto significa que hay flexibilidad en el diseño del programa según la cantidad de dinero que una sociedad determinada considere apropiada para proveer una base estable.

Un ingreso individual significa que el beneficio se proporciona independientemente de la situación del hogar. Es decir, es irrelevante si la persona está casada, divorciada, viuda o convive con alguien o si hay hijos en el hogar. Esto tiene al menos tres beneficios. Primero, respeta la autonomía individual dado que recibir la RBU no está condicionada a ajustarse a un estilo de vida o estructura familiar determinados. En segundo lugar, ofrece un mínimo de apoyo financiero para las personas que quieren liberarse de las relaciones abusivas. Y, en tercer lugar, reduce los costos administrativos, ya que no es necesario tener un ejército de trabajadores sociales entrometidos que visiten a los beneficiarios para verificar su estado familiar, al tiempo que libera a los beneficiarios de interactuar con burócratas intrusivos.

Un ingreso en efectivo maximiza la flexibilidad en el uso de los recursos, reduce la burocracia y los costos administrativos y “deja al beneficiario libre para decidir cómo usarlo, permitiendo así que las preferencias individuales prevalezcan entre las diversas opciones disponibles”. Los beneficios de los pagos en efectivo se hicieron palpablemente claros esta primavera cuando el gobierno federal otorgó pagos únicos de $1,200 a cada persona con un ingreso de $75,000 o menos. A diferencia de la asistencia en especie, proporcionar dinero en efectivo significaba que las personas podían usarlo para satisfacer cualquier necesidad que entendieran más urgente: por ejemplo, pagar la hipoteca, comprar medicamentos o conseguir una computadora portátil para que un niño pudiera tomar sus clases desde la casa.

Los defensores de la prestación de asistencia en especie argumentan que brindar dinero en efectivo aumenta la probabilidad de que el dinero se desperdicie. Sin embargo, estudio tras estudio demuestra que ese no es el caso. Los programas piloto desde la década de 1970 en Manitoba, Canadá, han demostrado que los beneficiarios gastan mucho más del 95% de los fondos en necesidades como alimentos, atención médica o vivienda. De hecho, esa ha sido la experiencia reciente en la ciudad de Stockton, California, que está llevando a cabo un programa piloto de RBU.

Un ingreso universal significa que la recibir la RBU no está sujeto a una prueba de ingresos o recursos económicos. Esta característica de la RBU es controversial porque aumenta su costo significativamente y significa que se beneficiarían personas extremadamente ricas. Sin embargo, existen buenas razones para estructurar el programa de esta manera. La primera es filosófica, en el sentido de que la universalidad busca eliminar una distinción odiosa que se ha hecho desde los tiempos bíblicos entre los pobres que “merecen” ayuda y los que “no merecen” ayuda. Los primeros, generalmente definidos como viudas, huérfanos y personas extremadamente enfermas o discapacitadas, se consideraban “merecedores” de ayuda pública, ya que eran pobres por causas ajenas a su voluntad. A los últimos, sin embargo, se les consideraba simplemente vagabundos vagos que no “merecían” ayuda alguna a menos que estuvieran “dispuestos” a trabajar (no importa que a veces no había trabajo disponible). De ahí la creación de esa terrible institución conocida como el “asilo para pobres” (workhouse). En segundo lugar, la universalidad elimina al menos parte del estigma social asociado con recibir asistencia gubernamental, ya que no es vergonzoso recibir un beneficio que también se le paga a todos los demás.

Quizás lo más importante es que la universalidad aborda lo que Van Parijs y Vanderborght llaman la “trampa del desempleo”. Bajo los programas tradicionales de asistencia con verificación de recursos, los beneficiarios pierden parte o la totalidad de sus beneficios si deciden trabajar incluso en el trabajo más precario. Enfrentarse a una tasa impositiva marginal del 100% o más, significa que muchos beneficiarios de la asistencia social deciden no trabajar o trabajar en la economía informal, a menudo en condiciones peligrosas. En este contexto, la universalidad significa que los ingresos que las personas generan se destinan a aumentar sus ingresos netos, eliminando así un gran desincentivo al trabajo asociado con los programas tradicionales de asistencia social.

Finalmente, un ingreso libre de obligaciones significa que sus beneficiarios no tienen la obligación de trabajar o estar disponibles para trabajar en el mercado laboral. Esta es quizás la característica más controversial de la RBU. Sin embargo, la libertad de obligación ataca otra “trampa” asociada con los programas tradicionales de asistencia pública, a saber, la “trampa del empleo“. Actualmente, muchos programas de asistencia pública requieren que los beneficiarios trabajen o participen en “actividades similares al trabajo”, lo que significa que a menudo terminan aceptando trabajos “pésimos o degradantes” (palabras de Van Parijs y Vanderborght, no mías), ofrecidos por patronos sin escrúpulos que saben que los beneficiarios de la asistencia social podrían perder sus beneficios si perdieran sus empleos. Un programa de RBU que proporciona un ingreso libre de obligaciones aborda este potencial de explotación al hacer que sea más fácil decir “no” a trabajos poco atractivos y mal pagados.

Algunas objeciones

Como podrán imaginarse, los críticos tanto de izquierda como de derecha han presentado muchas objeciones a la RBU. Aquí solo podemos abordar algunas de ellas, pero aquellos interesados en un análisis completo de las objeciones éticas, económicas y políticas a la RBU deberían leer el libro de Van Parijs y Vanderborght. Para aquellos menos inclinados a profundizar en los detalles de política pública, recomendamos leer Give People Money: How a Universal Basic Income Would End Poverty, Revolutionize Work, and Remake the World (Crown, 2018) por la periodista Annie Lowrey. Otro libro que pudiera interesarles es Raising the Floor: How a Universal Basic Income Can Renew Our Economy and Rebuild the American Dream por Andy Stern, ex-presidente de la Service Employees International Union.

Primero, los datos de varias encuestas muestran que muchas personas parecen creer que es “injusto que personas sanas de cuerpo y mente vivan del trabajo de otros”. Si asumimos que este argumento se hace de buena fe y no se basa en estereotipos clasistas, entonces debe basarse en alguna noción de reciprocidad social que sería “infringida” por personas que reciben un ingreso básico sin trabajar. Equivaldría a una especie de “aprovechamiento gratuito” (free ride).

A simple vista, este argumento parece convincente, pero se cae por sí solo tras examinarse con más detenimiento. Como sostienen Van Parijs y Vanderborght, “si uno se toma en serio la negación de un ingreso a quienes pueden, pero no quieren trabajar, esta negación debería aplicarse tanto a los ricos como a los pobres”. Es decir, hay un doble estándar aquí, uno para los gerentes de fondos de cobertura (hedge fund) que navegan por el Mediterráneo y otro para las personas que trabajan cuarenta horas a la semana por el salario mínimo. En las mordaces palabras de John Kenneth Galbraith: “El ocio es muy bueno para los ricos — bastante bueno para los profesores de Harvard — y muy malo para los pobres. Cuanto más rico eres, más se cree que tienes derecho al ocio. Pero para cualquiera que tenga asistencia social, el ocio es algo malo”. En segundo lugar, si estamos realmente preocupados por el oportunismo, la principal preocupación, según Van Parijs y Vanderborght, “no debería ser que algunas personas se salgan con la suya sin trabajar, sino que innumerables personas hacen mucho trabajo esencial y terminan sin ingresos propios”, por ejemplo, personas que pudieran estar mejorando su educación en la universidad, cuidando de familiares enfermos o simplemente administrando su hogar.

La segunda objeción que queremos abordar se remonta a Karl Marx, quien se opuso a esquemas similares a la RBU en el siglo 19, argumentando que deprimiría el nivel de los salarios porque “la restricción del fondo, la subsistencia, se habría eliminado”. Esto no es necesariamente cierto, pero para entender por qué tenemos que entender la relación entre las características de universalidad y de libertad de obligación de la RBU. La condición de universalidad facilitaría la aceptación de trabajos atractivos, que ofrecen la oportunidad para aprender destrezas nuevas, pero tradicionalmente son mal remunerados, como los internados y pasantías, y por lo tanto tiende a reducir el nivel general de compensación.

Por otro lado, la condición de libertad de obligación permite que las personas rechacen trabajos poco atractivos y mal remunerados. Cuando la demanda de trabajos “pésimos” disminuye, los patronos pueden intentar automatizarlos. Si eso no es posible, pueden intentar hacerlos más atractivos, pero cuando eso es imposible o demasiado caro, tendrán que aumentar los salarios que pagan. Por lo tanto, “esos trabajos pésimos y mal pagados que no soñarías hacer tendrán que ser mejor pagados”. El efecto neto sobre los niveles salariales, por lo tanto, es incierto. Sin embargo, se puede esperar que el efecto sobre el salario promedio de los “trabajos existentes peor pagados sea positivo”. En segundo lugar, nada en la RBU es incompatible con las leyes y regulaciones de salario mínimo.

Finalmente, la tercera objeción que vale la pena mencionar aquí es el costo. Una RBU es cara, bastante cara. Sin embargo, no es tan cara como para resultar inasequible. Primero, el costo total dependería del nivel de ingreso básico proporcionado. En segundo lugar, a medida que se implemente el programa, será necesario aumentar los ingresos fiscales y reemplazar muchos de los programas actuales sujetos a verificación de recursos. Esto generará espacio fiscal para el programa. En tercer lugar, debemos tener en cuenta no solo los costos, sino también todos los beneficios asociados, tanto en términos monetarios como no monetarios.

Conclusión

Hasta hace poco, la RBU era una idea popular sólo entre los académicos y “el tipo de personas que usaban camisetas con bromas disfrazadas de ecuaciones matemáticas. Era algo así como un interés marginal“. Sin embargo, la pandemia cambió todo eso. De hecho, la Ley CARES incluyó un ingreso básico parcial y temporal en forma de pagos de $1,200 a personas por debajo de cierto umbral de ingresos y de $600 adicionales agregados a los beneficios básicos por desempleo.

A medida que luchamos contra el daño económico causado por la pandemia, el apoyo político a la RBU puede aumentar. En el lado “liberal”, significaría proporcionar una base para que todas las personas soporten la recesión económica, mientras se deshacen de “programas de redes de seguridad que no logran atrapar a muchas personas y en los que muchas otras quedan atrapadas”. En el lado “conservador”, una RBU significa una restricción presupuestaria estricta, pocas reglas y ninguna burocracia nueva. Pero quizás lo más importante es que nos permitiría “atacar la raíz de los problemas tanto de quienes se enferman por trabajar demasiado como de quienes se enferman porque no pueden encontrar trabajo”. Un objetivo digno por sí mismo, de hecho.

De nuestro buró en Madrid

Esta semana la directora de nuestro buró en Madrid, Jennifer Wolff, analiza cómo las políticas de austeridad han erosionado la capacidad del gobierno español para abordar la pandemia de COVID-19 en ese país. Este es un tema cercano a todos nosotros en Puerto Rico, ya que nuestro gobierno ha luchado por implementar un programa integral para evaluar personas, rastrear contactos, administrar datos, coordinar con proveedores de atención médica y brindar tratamiento a los pacientes de manera oportuna. Esta falta de capacidad estatal se debe, en gran parte, al impacto de años de mala gobernanza y políticas de austeridad que han debilitado la capacidad del gobierno de la isla para realizar incluso los servicios más esenciales.

España: El costo mortal de la austeridad y la pobre gobernanza pública

Por Jennifer Wolff, Ph.D., directora, Buró de Madrid

A medida que la pandemia del COVID-19 vuelve a extenderse por Europa y ciudades como Paris, Berlín y Barcelona toman medidas extraordinarias para frenar su expansión, el manejo de la pandemia por parte del sistema de salud español está bajo escrutinio. La prestigiosa publicación médica internacional The Lancet ha emitido una dura evaluación de la respuesta española a la pandemia, lo que constituye a su vez una aleccionadora advertencia para todos los países que luchan por controlar la enfermedad.  Según The Lancet, “la crisis del COVID-19 ha puesto de relieve algunas de las debilidades del sistema de salud español y ha revelado las complejidades de la política del país”.

El artículo COVID 19 in Spain: A Predictable Storm? (COVID-19 en España: ¿Una tormenta predecible?) identifica varios factores que han puesto de manifiesto la fragilidad del sistema de salud español y las razones para su aparente incapacidad de desarrollar una respuesta robusta a la pandemia: sistemas de vigilancia epidemiológica débiles, baja capacidad para realizar pruebas PCR, falta de equipo de protección para el personal sanitario y de equipo de cuidado crítico para los pacientes, ausencia de preparación en los centros de ancianos y notables diferencias en la calidad del cuidado sanitario entre distintos grupos sociales.  Todas estas debilidades, nota la publicación, son el resultado de una década de austeridad fiscal que redujo notablemente la habilidad del sistema de enfrentar adecuadamente la pandemia.

Entre marzo y junio 2020, España registró el mayor aumento de muertes (muertes en exceso) de toda Europa.  Algunas regiones del país se encuentran entre las más golpeadas por la pandemia.  Las muertes en exceso se calculan comparando todas las muertes registradas durante un periodo con aquellas registradas durante el mismo periodo en otros años.

Fuente del mapa: Eurostat, “Deaths in weeks 10 to 19, 2020 compared to 2016-2019 average”

Panorama de datos

Inversión pública para la recuperación

Fuente: IMF Fiscal Monitor, octubre 2020

Según el Fondo Monetario Internacional, “el enfoque inmediato de los gobiernos durante la crisis de COVID-19 hasta ahora ha sido adecuadamente abordar la emergencia de salud y brindar asistencia a hogares y empresas vulnerables. Los gobiernos ahora también deben preparar las economías para una reapertura segura y exitosa, fomentar la recuperación del empleo y la actividad económica, y facilitar la transformación hacia una economía pos-pandémica que, con las políticas adecuadas, pueda ser más resistente, más inclusiva y más ecológica. La inversión pública puede hacer una contribución crucial hacia estos objetivos”. Consulte la tabla anterior para obtener un resumen de las estrategias de inversión pública recomendadas por el FMI.

En nuestro radar...

“Una subida larga y difícil” Así es como el FMI describe el camino a seguir, con palabras que inevitablemente recordarán a muchos el Long and Winding Road de los Beatles. Específicamente, la División de Investigación del Fondo dice que “la economía global está saliendo de las profundidades a las que se había desplomado durante el Gran Confinamiento en abril. Pero con la propagación de la pandemia de COVID-19, muchos países han retrasado la reapertura y algunos están restableciendo cierres parciales para proteger a las poblaciones susceptibles. Si bien la recuperación en China ha sido más rápida de lo esperado, la larga subida de la economía global a niveles de actividad antes de la pandemia sigue siendo propensa a contratiempos”.

Los toques de queda llevan a una recuperación económica más rápida  La última edición de World Economic Outlook del FMI “muestra que los toques de queda gubernamentales, si bien lograron su objetivo previsto de reducir las infecciones, contribuyeron considerablemente a la recesión y tuvieron efectos desproporcionados en grupos vulnerables, como las mujeres y los jóvenes. Pero la recesión también fue impulsada en gran medida por personas que se abstuvieron voluntariamente de interacciones sociales por temor a contraer el virus. Por lo tanto, es poco probable que el levantamiento de los toques de queda genere un impulso económico decisivo y sostenido si las infecciones siguen siendo elevadas, ya que es probable que persista el distanciamiento social voluntario”.

¿La semana en que la austeridad murió? El Financial Times informa que “Esta fue la semana que presenciamos el funeral de la austeridad. Aquellos que la solían adorar en su altar ahora instan a los países a dejar de lado la precaución. La ortodoxia fiscal, practicada durante décadas desde la crisis de la deuda y la inflación de los años setenta y ochenta, ha sido reemplazada por activismo fiscal. A medida que las reuniones anuales del FMI y el Banco Mundial concluyen en forma virtual en Washington este fin de semana, muchas de las figuras más importantes en la cima – y en los departamentos de investigación – de estas instituciones han estado cantando una nueva melodía sobre política fiscal esta semana”. Solo podemos desear que esto sea cierto. Sin embargo, tememos que la noticia de la desaparición de la austeridad sea prematura. Después de todo, fue Keynes quien dijo que era sorprendente la cantidad de personas altamente educadas, de juicio impecable en lo demás, que permanecen hechizadas por las “palabras de algún economista difunto”.